sábado, abril 27, 2024
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Amor, escrito con sangre

O. Samuel Mamani Maquera

Pasó el verano, llegó el otoño, mes de la Semana Santa, noble fecha para recordar la historia más triste de todas las historias reales. Aún no se ha demostrado, un amor tan grande como aquel que nos dejó el Salvador Jesús, historia sagrada que se escribió con sangre. Serían como las ocho de la noche, cuando junto a sus discípulos, Jesús compartió el pan y el vino, por cierto, muy pocas calorías para soportar lo que había de venir. Salieron al huerto de Getsemaní para orar y les dijo: “Mi hora ha llegado, velad y orad para que no entréis en tentación”.

El autor del Libro de Lucas, quien era médico de profesión, describe con detalle los procesos y cambios psicosomáticos que ocurrieron en el organismo del Salvador. Lucas 22:44, indica: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Este fenómeno, muestra un sufrimiento intenso de carácter físico y psicológico, donde debido a la alta tensión en el torrente sanguíneo, se rompen los finísimos hilos de los tubos capilares y brota sangre del rostro del Señor Jesús, cayendo sobre su manto blanco, grandes gotas de agua mezcladas con sangre. La terminología médica denomina a este fenómeno como “hematidrosis”, una condición muy rara, cuando el enemigo suda sangre al saber que va a morir. Al levantarse de la oración, Jesús halló a sus discípulos durmiendo, siendo ésta, otra causa más de su aflicción y agonía, al verse abandonado por sus propios discípulos. La segunda vez, lo propio.

Luego de la tercera oración, se levantó, llegó la turba junto a Judas el traidor, para aprehenderlo y procedieron a escarnecerlo con burlas, golpes, azotes, siendo arrastrado de aquí para allá desde el palacio al tribunal. Jesús vivió toda la noche hasta la madrugada esta terrible escena, dos veces ante el sanedrín, dos veces ante Pilato, quien mandó a azotarlo cuarenta veces menos uno, con el “flagrum”, un chicote de cuero trenzado, cuyas puntas terminaban en pelotitas de plomo, causándole profundas heridas, hasta provocar una neurólisis y miólisis, una especie de parálisis tanto en los nervios y músculos en el cuerpo del Salvador. Estando frente a Herodes, éste le puso sobre la espalda desnuda un manto real y una corona de espinas.

El libro de Marcos menciona que le dieron puñetazos y bofetadas, golpes que inmediatamente amorataron el rostro del Salvador, causándole graves “hematomas”. El profeta Isaías menciona que “le mesaban la barba”, es decir le arrancaron la barba por fuertes manos. La alta pérdida de sangre, empezó a causarle una anemia aguda que debilitó sus fuerzas en la hora de cargar la cruz.

Debido al enorme esfuerzo, tanto físico como mental, por la agonía que iba sufriendo, posiblemente haya provocado una inflamación de los músculos del corazón, dando lugar a una “pericarditis” aguda. Una vez condenado a la muerte en la cruz, fue burlado, y golpeado con varas sobre la cabeza que llevaba la corona de espinas, hecho que provocó nuevamente el desgarramiento del torrente sanguíneo, para luego bañar el rostro del Salvador completamente en sangre.

Así fue obligado a cargar la pesada cruz, entre el llanto de las hijas de Jerusalén, a quienes al detenerse les dijo: “mujeres de Jerusalén, ¿por qué lloráis? No lloren por mí, llorad por vuestros hijos”, y las mujeres aumentaron en llanto ante la burla y escarnio del populacho.

Como a las nueve de la mañana fue crucificado bajo un sol candente que le provocó una “hipertermia” o fiebre alta, momento en que pidió agua para beber, le alcanzaron vinagre, que no bebió. A medio día se oscureció, hubo un terremoto y mucho viento, hecho que ahora le provocó una hipertermia que hacía temblar el cuerpo del Salvador por los escalofríos. En medio de tantos sufrimientos, Cristo ofreció su última oración: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Consumado es.

Nos preguntamos: ¿Cuál fue la causa de su muerte? Y respondemos, nosotros fuimos los causantes de su muerte, por nuestras rebeliones y pecados, pero, Dios nos mostró su amor escrito con sangre, por salvarnos y hacernos merecedores del perdón de nuestros pecados, por la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo al morir en la cruenta cruz, junto a dos ladrones.

 

El autor es Profesor de Ciencias Naturales.

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