jueves, mayo 9, 2024
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Kantuta / Chayñita

Ernesto Julián Bedregal Patiño

Sus ojos manifiestan pesadumbre, por mucho que intente disimular, ella no pertenece a este mundo de manías y cenizas. Al procurar camuflarse entre la muchedumbre, más sobresale su ígnea efigie, es la antagonista de una obra extraordinaria, donde la impronta de su fama, no se la lleva el protagonista, no se la adueña el escritor, Kantuta es el espíritu del cuento.
Una antiheroína de temperamento abrasador, capaz de producir sujeción en la mente de los lectores; un nudo que se espera acariciar, pero nunca desatar, por temor a conocer el desenlace, y jamás volver a saber de ella. Muestras de desamor que conducen hacia el delirio, un arte impregnado de fantasías, pues pareciera ser una flor delicada, sin embargo, es la loba que se devoró a Caperucita en un bosque exento.
Da la impresión que siempre está soñando, deseando rozar con sus pies descalzos la blanca nieve de Charquini, con la esperanza de no derretir el hielo, y al fin sentir alivio. Por cada gesto de indiferencia, va incendiando la choza de un nativo, el origen del caos se halla en su sonrisa, y la pócima del sosiego se encuentra en su saliva, dulce como la miel, fragante como el limón.
Dueña de un cuerpo generoso y un intelecto elevado, acentúa su presencia iluminando con sus verdes fanales, los recovecos donde moran las almas en detrimento, su rostro sigue un orden sobrenatural, resguardado por senderos sinuosos, canelones de color castaño claro. Guarda en su vientre los secretos de mi tinta, ninguna otra mujer sabe mis rituales, por eso coquetea con tanta soberbia; cada vez que puede, se aproxima lentamente, para murmurarme al oído: — tan sólo vivo en tu imaginación.
Desadormecido, pretendo mimar con ansias la pluma del encanto, antes de disiparme en la realidad, pero, para sorpresa mía, a mi lado se encuentra Chayñita, mirándome con sus ojos tristes, tan oscuros, tan profundos, como el arte que me complace retratar.
De cabellos negros y delicado cortejo, sus alas corresponden al cielo, contrario a mis excesos mundanos; muchas veces su dulce accionar, me hace cuestionar el camino que elegí seguir, empero, vence mi subversivo alter ego, aunque en el fondo, desearía llevarla al altar.
—Mi amor, otra vez, tuviste pesadillas—me dice con extrema ternura, a lo que respondo asintiendo con la cabeza, un frío ademán que me hace lamentar mi conducta, más no puedo cambiar, esa filofobia exacerbada por muchas desilusiones, me impide avanzar.
Es domingo de resurrección, día en que los feligreses celebran la paz; para un discorde como yo, es un día ordinario, un domingo como cualquier otro, plagado de la insatisfacción que me genera el no poder escribir, al no lograr ordenar mis ideas, después de un sábado de curda. Ella me descifra mejor que nadie, y sabe por lo que estoy pasando, con la suavidad que la caracteriza, me reprocha con disimulo: — amor, deberías acercarte a Dios, y dejar esa vida que te está haciendo tanto mal.

El autor es Comunicador, poeta, artista.

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