viernes, abril 26, 2024
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Vita nuova (Purgatorio)

Tributo a Dante Alighieri

Al apartarme de mi costado sombrío experimenté una mejoría elocuente, pues sentí que había avanzado bastante después de tan arduo peregrinaje; sin embargo, la odisea debía continuar hasta alcanzar la plenitud de un ser equilibrado. Nos acercamos a un gigantesco océano que, en el medio de sus aguas feroces, se encontraba una isla árida con un pico prominente, muy parecido al que hay en la Muela del Diablo.
Para llegar ahí abordamos el barco de los penitentes, conducido por un ángel gris de gallardía inigualable; las almas que viajaban con nosotros eran extremamente diferentes a las que vi en el averno, ya que éstas no se lamentaban, más bien cantaban melodías esperanzadoras. —Bienvenido al segundo reino, donde se purifica el espíritu humano, y se hace digno de comprender el cielo —recitó Dante, mientras nos acercábamos a la orilla del Monte Purgatorio.
La parte más baja de la montaña era conocida como el Ante Purgatorio, donde habitaban los exiliados, estas personas no pertenecían al infierno, mucho menos al paraíso, pues en vida se olvidaron de su crecimiento espiritual. Luego recorrimos el Valle de los Príncipes, hasta llegar a los tres escalones que conducen en dirección a las puertas del Purgatorio, el primer escalón representaba la pureza del alma, el segundo el duelo, y el último evocaba la restauración.
Encima de estos escalones aguardaba un arcángel, al verme subir pidió por mi aquiescencia para tatuarme en la frente siete pecados, en representación a las terrazas y los vicios que debía superar en ellas. Aquel centinela me explicó que, por cada prueba superada, se me concedería el derecho a borrarme un tatuaje, si lograba superar todas las pruebas y no sucumbía al deseo de permanecer, al final quedaría sin ninguna marca, permitiéndome ingresar al paraíso.
Después de aceptar sus reglas, el ángel me abrió las puertas concediéndome el beneficio de la duda; la primera terraza que visitamos fue la del orgullo, ahí pude ver a muchos personajes célebres que caminaban con dificultad, debido a la carga que acarreaban, algunos llevaban esculturas, pinturas, libros; otros levantaban trofeos, diplomas, inmediatamente el bardo me miró y dijo: —Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo.
Al llegar a la terraza de la envidia, vi un montón de personas colmadas de éxito, su felicidad me contagió de alegría, y pude pasar a la tercera terraza, donde un montón de gente sin escrúpulos me insultaba, intentando hacer que en mi corazón brote la ira, al ignorarlos por completo fueron ellos los que terminaron iracundos. En la terraza de la pereza, la comodidad me brindó placeres y en la terraza de la avaricia, la fama me ofreció todo tipo de riquezas, rechacé todo porque jamás fueron mi prioridad.
Al encontrarme en la terraza de la gula, nació en mí un hambre voraz y una sed insaciable, las cuales pude controlar con moderación. En la última terraza, fui recibido por hermosas féminas que danzaban al ritmo de mis poemas, invitándome a yacer con ellas en perpetuidad, al desatender mi lujuria sentí por primera vez un Ealivio absoluto, porque ya no cargaba con todo ese peso; exento de manchas atravesé el umbral de la sagrada armonía, del otro lado me esperaba la maravilla más fascinante del universo: libertad.

El autor es Comunicador, poeta, artista.

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