domingo, mayo 5, 2024
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En el mundo se muere más por comer que por hambre

No es nuevo que una persona muera cada cuatro segundos en el mundo por causa del hambre. De modo que desde hace mucho se celebran foros para tratar un tema que finalmente no solo que no se ha logrado detener, sino que en continentes como el África es el más horrendo testimonio de este ascendente flagelo.
Pero frente a esa dolorosa realidad está la antípoda de lo que tiene que ver con la alimentación, ese lado que no ha merecido los remilgos de los organismos supranacionales que no trasponen los umbrales de sus confortables recintos cuando tratan de los lacerantes índices de gente que nada tiene para engañar siquiera con un bocado al estómago. Ese otro lado del problema está relacionado con la incontrolable ingesta de alimentos.
Un reciente informe de la revista británica The Lancet señala que hay más personas que mueren por obesidad que por falta de alimentos. Y en las múltiples ocasiones en que camino por las calles de la ciudad, casi con pavor veo la cantidad impresionante de obesos, especialmente niños. Y no tengo nada personal en contra de la sajta o un pantagruélico picante surtido, pero los gastroenterólogos encuentran casi criminal hacer del estómago un depósito silente de ingestas que son una bomba de tiempo para nuestra salud. Es que quien solo ha pasado largos años en las aulas de la facultad de medicina o en los fríos quirófanos de un hospital sabe que entre los pacientes bajo su cargo hay un índice alarmante de diabéticos, hipertensos, con enfermedades cardiovasculares, derivados de una compulsiva tendencia a comer —tendencia que por sí sola ya es altamente riesgosa— mal.
Recientemente, debido a las altas temperaturas que el termómetro está marcando en esta antiguamente fría ciudad de La Paz, no pude resistir la tentación de degustar un helado, mientras lo derretía en mi boca (nótese la paradoja) hacía un escrutinio de la gente que pasaba por el lugar y con pena contabilicé una gran legión de gordos, especialmente niños inflados por pollo frito en aceite previamente usado.
Pero, reitero, nada tengo en contra de la deliciosa cocina nacional; de hecho, soy un consumidor asiduo y, por tanto, parte de esa población de obesos que hallan satisfacción inmediata en el consumo de la variada gastronomía, sin reflexionar en los efectos a más largo plazo, y que no es exagerado decir que pueden llevarnos a la muerte prematura.
Es difícil resistirse al gran inventario de comidas que tenemos, pero resulta de una inconsciencia absoluta comer en un solo plato papa, arroz, tunta, fideo y solo para no deprimirse más con una descripción rigurosa de todos los ingredientes que nuestra cocina en general contiene. Si a ello le añadimos las grandes cantidades de harinas y grasas saturadas con que esclavizamos nuestro sistema digestivo, no podemos esperar otra cosa que, en algún momento de nuestra vida, debamos pagar los desmadres alimenticios que hemos provocado.
Aunque poco creíbles, las estadísticas confirman no obstante las espeluznantes cifras de muertos por inanición que especialmente azotan al África, la cantidad de muertes debidas al desmesurado hábito de comer, que triplica a quienes la pobreza priva de un retazo de pan. Cifras oficiales señalan que, por ejemplo, en México el 70% de las mujeres sufren de obesidad, y por ello son candidatas a contraer enfermedades como derrames cerebrales, algunos tipos de cáncer, enfermedades de la vesícula, depresión, ansiedad y hasta apnea del sueño, que es un trastorno que una gran cantidad de gente que vive en esta ciudad padece y que generalmente la atribuimos al enloquecedor ritmo de la vida, a los problemas económicos, etc., pero que rara vez la relacionamos con nuestra enfermiza manía de comer no sólo con desesperación, sino con comer tan tóxicamente.
Nuestros filtros sanitarios tendrían que obligar a la advertencia de los fabricantes de productos por lo menos envasados que se producen en el país, sobre las características de su composición, tal como se hace afuera, como el exceso de grasa, sodio o azúcar en su elaboración. De esta forma, el consumidor cuando menos estaría prevenido de lo que está consumiendo.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

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