sábado, mayo 18, 2024
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El estrés: de salvador a tirano

“Estoy estresado”. ¿Quién no lo dice o piensa alguna vez?…
Entre los síntomas más comunes están la ansiedad, sensación de ahogo, rigidez muscular, insomnio, falta de concentración, irritabilidad, pérdida de la sociabilidad, alteraciones de humor y dolor de cabeza.
El término estrés procede del inglés stress, que significa ‘fatiga’. El médico vienés Hans Selye, que acuñó el término en 1950, lo identificaba como una experiencia cuya exigencia es excesiva en relación con los recursos de la persona.
Hubo un tiempo en que su cometido era salvarnos. Los mamíferos sufrían un estrés de tres minutos para cazar o evitar ser cazados. El cuerpo transfiere así la energía hacia los músculos, aumenta la presión de la sangre y cancela todo lo que no es esencial para la supervivencia. Pero lo que nos ayudaba a vivir ahora es una plaga. Si no se trata, el estrés puede resultar letal.
La cuestión es que ya no desactivamos ese recurso cuando desaparece la necesidad, sino que seguimos en tensión, dándonos un baño corrosivo de hormonas y forzando nuestro organismo. Imaginamos situaciones futuras que nos angustian. El miedo se activa sin necesidad de que haya un riesgo inminente para nuestra integridad física. Es suficiente pensar en sufrir un despido laboral, o que no podremos pagar la hipoteca, que estemos en un atasco o que dudemos si llegaremos a fin de mes. Suele ser mayor y más dañina para la salud nuestra reacción que la mayoría de las amenazas. El estrés comienza por las percepciones propias y las evaluaciones que hacemos de las cosas que nos afectan.
El investigador Robert Sapolsky, de la Universidad de Stanford, que analiza el estrés, comenzó sus observaciones entre los babuinos de las llanuras de Kenia. Las conclusiones que obtuvo, relacionan el estatus social de cada individuo con el nivel de estrés. El animal inferior o sumiso, que tiene una mayor falta de control, presenta mayor estrés, detectado en la cantidad de hormonas –epinefrina, adrenalina–. La presión sanguínea es alta, el sistema inmunológico funciona peor y aparecen más enfermedades. Cuanto menor es el nivel en la jerarquía, mayor facilidad para dolencias cardiacas y menor esperanza de vida.
Algunas pruebas realizadas en grupos humanos arrojan datos muy parecidos. Las personas que socialmente ocupan las escalas más bajas de la sociedad o viven realidades desafortunadas se sienten más desgraciadas y suelen tener peor salud. El estrés produce también envejecimiento prematuro.
El doctor Michael Marmott descubrió por un estudio que el estrés crónico puede destruir conexiones entre neuronas de zonas del cerebro que afectan a la memoria y al aprendizaje. Entre las causas del estrés crónico están las cargas de trabajo excesivas, una deficiente autonomía, tensión psicológica continua, inseguridad, ritmo de trabajo apresurado, rutina, poca satisfacción personal o laboral. Conlleva desmotivación, falta de creatividad, deterioro de las relaciones interpersonales, aumento de accidentes laborales y del absentismo.
¿Cómo cambiarlo? Tendríamos que vivir de diferente manera. Reír es fundamental. Según diferentes estudios, hay unos principios activos que favorecen la longevidad y regeneran nuestras células: relacionarnos, ejercer la compasión o el cuidar de los demás nos ayuda a tener una vida más sana. Podemos tratar de cambiar nuestra conducta emocional, mejorar las relaciones interpersonales, organizar mejor las prioridades y tareas, disfrutar del tiempo libre, ser realistas, desacelerarnos, realizar una actividad física con una dieta adecuada…

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