sábado, abril 27, 2024
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La Casa de Nariño y su desacreditado anfitrión

Hay que partir de una premisa que en política debería ser fundamental: el pueblo no es infalible y más bien tiene períodos de atontamiento en que los políticos aprovechan para prometer, por medio de una execrable habilidad, el cielo y las estrellas a cambio del voto de la gente. Esa ilusión termina cuando “los salvadores” comienzan a implantar sus recetas que, cuando se trata de los de la izquierda —como representa Gustavo Petro en Colombia, de la mano de las devastadoras cifras que arroja la economía—, fracasan y, por tanto, desembocan en lapidarios índices de rechazo y desaprobación a las políticas que dan lugar a ese escenario.
Por supuesto que lo anterior no significa, ni de lejos, que la derecha en cualquiera de sus matices sea la panacea para que nuestros países salgan del atraso y la pobreza. Y hablo de nuestros países porque en economías gigantes, aunque los problemas ocasionados por políticas capitalistas o de tinte socialista también son proporcionalmente exorbitantes, su tradición de economías poderosas, los hacen pasar más desapercibidos.
Entonces, países de este lado del mundo como Cuba, Nicaragua o Venezuela, viven en quiebra y números rojos. Antes de sus actuales gobernantes no tenían PIB parecidos a los de Japón o Estados Unidos porque solo son sucesores de gobiernos de una derecha extrema que concentró su riqueza en pocas manos. La gente lo sabe, pero las restricciones antidemocráticas que han impuesto les impiden optar por otras alternativas cada vez que se celebran “elecciones”.
En Colombia ocurre algo similar. Con Gustavo Petro, y luego de la sorprendente recuperación de su PIB, sucede que el primer presidente de tendencia izquierdista, para hacer el cuento corto, se proclamó ganador en el balotaje frente a un contendor como Rodolfo Hernández, que era un representante del capitalismo populista. En fin de cuentas, Colombia tiene que estar acostumbrándose a que el actual mandatario implemente una política económica de tinte socialista con una reforma tributaria que determina que el manejo económico y las políticas sociales esperadas sean el resultado de un colectivismo de izquierdas. Y de hecho, las predicciones especializadas indican que la economía, luego de la fatídica experiencia viral que particularmente el país cafetalero padeció, más bien va a decrecer dramáticamente hasta 2025.
La percepción generalizada entre gran parte de los colombianos es que la política económica, la inseguridad, la lucha contra el narcotráfico, el desempleo y la corrupción, la escalada en la cotización del dólar por una descomunal demanda de la divisa y la pérdida del poder adquisitivo del peso colombiano, entre lo más importante, han sufrido un desmedro si son comparados con los índices que esos rubros presentaban a tiempo de asumir el mando de la nación.
Gustavo Petro, antes de cumplir los cien días de mandato, está soportando una caída libre en su imagen pública. Pues pasó del 56 por ciento que ostentaba hasta su proclamación como ganador de la segunda vuelta a menos del 46 por ciento que resulta no una disminución leve si se quiere forzar como fenómeno normal de desgaste en el ejercicio del poder. Más bien es una caída estrepitosa tratándose de un presidente que está comenzando a familiarizarse con el poder.
Es cierto que el desencanto de los colombianos por una administración anterior a la actual —como la de Iván Duque, plagada de corrupción y con políticas extremas del capitalismo siempre odioso e inicuo— provocó un giro en su preferencia muy circunstancial hacia la izquierda, que, cuando se aferra a las recetas del socialismo, no puede sino traer miseria, corrupción, autoritarismo y desigualdad. La igualdad de oportunidades, el respeto a la propiedad privada, el fomento a la iniciativa privada, la independencia de poderes, la distribución justa de la riqueza, son políticas que han llevado a varios países a construir economías fuertes, consolidándose como los más ricos del orbe. Esas políticas nada tienen que ver con la ultraderecha de tinte fascista, racista y dictatorial.
La Casa de Nariño aloja por primera vez a un hombre que en sus primeros días ya está dando muestras del daño que puede hacerle a su país, como el de los dos últimos tiranos de su vecina del este.

El autor es jurista y escritor.

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