martes, mayo 7, 2024
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Integridad: meta alcanzable, si te lo propones

Prácticamente en cada artículo –referente a un valor– resulta difícil no apreciar la presencia de otros valores que se reflejen en el que se describe, y mucho más cuando nos referimos a la Integridad (1).
Valor que se convierte en una suma de otros, que se hilvanan entre sí mostrando luces de cada uno de los mismos, considerando cada una de sus definiciones.
Muestra de ello son las diferentes acepciones:
– Persona que posee entereza moral.
– Valor fundamental que consiste en hacer lo correcto, acorde con nuestros más altos valores éticos y morales.
– Virtud de una persona de actuar según el dictamen de su conciencia; para hacer lo bueno, lo justo y lo honesto.
A lo que se suma una serie de cualidades o características en la persona: Son leales y cumplen con su palabra, poseen control emocional, practican la honradez, actúan con responsabilidad, poseen disciplina personal, mantienen una actitud coherente, se respetan a sí mismos, y a las demás personas.
Elementos que confirman lo complejo de su sostenibilidad y, por ende, no “cruzar el límite de la frontera” ante la desavenencia de solo uno de sus valores que la integran, algo así como si fuese un juego de rompecabezas, donde una ficha que no encaje, o un castillo de naipes que se desmorona, adiós confianza y pérdida total de su reputación.
Tanto armar un juego de rompecabezas o un castillo de naipes no es tan sencillo como parece, ¿no lo ha comprobado?, para lo cual se requiere mucha paciencia. Igual o peor ha de ser para “construir” una persona íntegra, ya que los objetos (fichas, cartas) son inamovibles, solo se espera que usted las coloque donde deben, los seres humanos ¡NO!
Sentimos, actuamos, pensamos, tenemos necesidades, por lo que será necesario comenzar a moldear, construir lo que queremos desde un inicio, una persona de bien.
Una vez más entran como actores y actrices esenciales papá y mamá, docentes en su formación –conscientes de su responsabilidad — porque NOS TOCA.
Formación que habrá de guiar de la mano, en un comienzo, a los menores y gradualmente de niño/a – joven – adulto con la entrega de responsabilidades y para que tomen sus propias decisiones; por supuesto que como proceso de construcción del individuo –lleva tiempo– con altas y bajas, adelantos y retrocesos, porque los humanos erramos, no somos perfectos.
¿Cuántos años habremos de educar para lograr un estudiante integro? Diría que desde que nace (2), hasta que somos adultos. ¿Acaso cuando asistimos a un curso de posgrado o vamos en la búsqueda de una certificación mayor (maestría, doctorado), no debemos ser ejemplo, honestos, puntuales, disciplinados…?
Pero, ¿y aquellas personas que, por diversos factores, no logran asistir a la escuela, y su formación la adquieren de la “universidad de la calle” o bien con la certificación no expedita de haberse formado a través de las redes sociales?
Hace unos años, un profesional de alto cargo que laboraba en el ministerio (secretaría) de educación superior, me planteaba que de los estudiantes que ingresaban a la universidad (estatal), el 40% desertaba, no concluían su carrera y pasaban al trabajo informal, que no en todos los casos eran las mejores opciones, dada la posibilidad de delinquir, ante las imperfecciones de nuestras sociedades.
Muchos son los antivalores que merodean: hipocresía, mentira, corrupción, fraude, engaño, etc., a la persona que no logramos educar de la manera correcta. Pero no intentarlo realmente para los educadores –no exclusivo de ellos, también ha de ser responsabilidad del empresario, médico, constructor, de otras profesiones–, sería perder una batalla, no la guerra. Tenemos que lograr ser íntegros verdaderamente, siendo perseverantes, tolerantes, exigentes, ejemplares, para con ello multiplicar exponencialmente la integridad en nuestras sociedades.

NOTAS
1) La palabra integridad proviene del latín integritas (totalidad, virginidad, robustez y buen estado físico), pero el vocablo se deriva del adjetivo integer (intacto, entero, no tocado o no alcanzado por un mal). Se compone de in- (no) y una raíz que es la misma que la del verbo tangere (tocar o alcanzar); es la pureza original y sin contacto o contaminación con un mal o un daño (físico o moral).
2) A los 45 días de nacida mi hija, tuvimos que llevarla a una guardería, por un problema económico, y el tiempo restante nos responsabilizábamos de su cuidado, brindándole atención, amor.

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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