miércoles, mayo 15, 2024
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Ampliando las fronteras de la profesión docente

Parte II

PARA QUÉ EDUCACIÓN

Desde mi particular posición apuesto por un sistema que rompa la matriz de poder implícita en la educación actual. Esto supone, por un lado, reconocimiento del valor de la experiencia de los sujetos como conocimiento del mundo. Esto apunta hacia el principio del conocimiento situado y la soberanía epistemológica de los sujetos y los colectivos. Por otro lado, la educación se construye desde el diálogo entre estos diversos conocimientos situados; ampliando el rango de estos hasta donde queramos, incluyendo, obviamente, los relatos académicos científicos. Hablo en este caso de un conocimiento complejo y democrático. Por último, la educación tiene sentido cuando nos permite participar en la construcción del mundo. No solo reproducirlo. En este caso planteo lo que denomino conocimiento en acción. Esto es, aquel que construye una realidad “otra” basada en los valores radicales de la humanidad: equidad, emancipación y solidaridad.

LA DOCENCIA COMO
ACCIÓN COLECTIVA
Esta apuesta educativa requiere otro modelo profesional que rompa con el paradigma de la individualidad. Entiendo que se hace necesario empezar a contemplar la docencia desde una mirada colectiva. Esto significa que las competencias profesionales (por mantener el concepto al uso) no se reproducen en todos y cada uno o una de los o las docentes, sino en el colectivo. Esto es, en quiénes comparten un mismo escenario educativo y social. Deberíamos dejar de pensar en un modelo homogéneo. La riqueza de la experiencia educativa radica en la diversidad que nos caracteriza a los seres humanos, y la posibilidad que cada uno aporte desde su singularidad. El éxito está en el colectivo.
A nadie se nos escapa que cada una y cada uno afronta el trabajo docente de acuerdo con sus características personales, su propia biografía y su particular mirada del mundo. Por tanto, es la confluencia de las diversas “competencias” la que construye una acción educativa de cambio. No se trata de buscar el mejor docente, sino la comunidad profesional docente capaz de afrontar su tarea de forma colectiva. De esta forma cada uno y cada una aporta desde su peculiaridad y entre todas y todos se crean las condiciones educativas más adecuadas.
Esto supone plantearse la práctica docente no como un problema de uno a uno (un docente con un grupo) sino de un grupo de docentes, trabajando conjuntamente con un grupo de alumnas y alumnos. Esto es, es un asunto que pertenece al colectivo. Este para mí sería la primera condición para una mirada ética de la enseñanza. En este caso, una ética colectiva. La ruptura con este modelo “cartón de huevos” sería la primera premisa para pensar en un cambio educativo y, por tanto, de modelo de profesión docente.

El autor es Director del Instituto Emergente de Investigación en Formación de Profesionales de la Educación (IFE.uma), Universidad de Málaga.

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