domingo, mayo 5, 2024
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Soñar nada cuesta en nivel oficialista

La autorizada palabra del presidente Luis Arce Catacora ha demandado a los asistentes a un congreso de la Asociación de municipios, que inciten a los ciudadanos de sus distritos a mejorar la producción, contribuir a la mejora de la alimentación popular y participar en la recuperación económica del país.
Esa noble iniciativa tuvo repercusiones, pues el vicepresidente David Choquehuanca pidió impulsar el “proceso de cambio” que vive el país, proyecto que tiene como fin “cambiar todo” con el objetivo de “vivir bien”, metas contempladas en políticas partidarias del país. A la vez, esa sabia iniciativa tendería a recuperar la soberanía agropecuaria del país.
En ese interés por mejorar la agricultura y hacer posible la seguridad alimentaria del pueblo boliviano, la directora de la Agencia de Energía Nuclear (como soñar nada cuesta), se ha sumado a tan plausibles opiniones que permitirían llenar los mercados de alimentos nativos que antes abastecían a la población, pero que ahora entran al país vía contrabando o importaciones oficiales y privadas por más de mil millones de dólares al año.
Tan notables ofrecimientos pecan, sin embargo, de tendencias especulativas. En primer lugar, las palabras del presidente Luis Arce Catacora son genéricas y no detallan en forma específica lo que deben hacer los alcaldes para cumplir su pedido. En cuanto a la exhortación del vicepresidente Choquehuanca, se trata de un pedido por demás abstracto con el fin de “cambiar todo”, ambigüedad que no existe y está lejos de ser una sugerencia concreta, que es la única que vale.
Pero el agrado por el optimismo de la directora de la Oficina de Energía Nuclear se disipa por ser fantasioso, igual que la de un alcalde cruceño. En efecto, por una parte, el munícipe anuncia ampliar los cultivos agrícolas en 500 mil hectáreas en la zona de San Julián, mientras, por otra, la directora nuclear ofrece lo más fácil: hacer radiaciones nucleares a las semillas de algunos vegetales para subir su producción.
Todo es muy elogiable, por cierto, pero, por un lado, imaginario y, por otro, se olvida que sería preferible reactivar en el altiplano unas 500 mil hectáreas de tierras agrícolas que abandonaron los campesinos para ir a vivir a las ciudades y ocupar los barrios de las laderas o salir al exterior. Ese objetivo concreto podría dar trabajo a cientos de campesinos si vuelven a sus sayañas y se logra producir en abundancia para abastecer los mercados de las ciudades, como ocurría en tiempos pretéritos.

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