domingo, abril 28, 2024
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Sin María no hay Pentecostés

 

Después de algunos años de lecturas bíblicas, tengo absoluto convencimiento de que en la Iglesia nada se mueve sin la presencia de María, la por siempre Virgen. Y el sentido discurso del Papa Benedicto XVI pronunciado hace exactamente once años en la Plaza de San Pedro, cuyas palabras, por eso mismo hago mías, confirman que no por nada la llamada corredentora y cooperadora en la obra salvífica, es la criatura que más conoce al Hijo de Dios, y entonces la natural invocadora para que el torrente de amor que supuso que los incrédulos, cobardes, tibios, pusilánimes y los medrosos, en un instante se contagiaran del ardor de las lenguas de fuego que ese día, el de la conmemoración de la fiesta de las semanas, los transformó en hombres creyentes, auténticos, valientes discípulos del Maestro, dispuestos a dar su vida por causa de Él y tan capaces de hablar con autoridad y en Su nombre, que ante la vehemencia de sus discursos se rindieron primero tres mil, después cinco mil entre judíos y gentiles, para formar una comunidad cristiana, yo diría ya católica que pervive gracias a esa mañana de prodigio.

Y es que María, esposa del Espíritu Santo, es sobre todo Su templo, en virtud a la experiencia de “llena de gracia” que como ningún otro humano antes, fue favorecida por la Trinidad de la que su Hijo es su segunda persona. Y si no, ¿cómo es que en el pasaje de la Anunciación fue ese Espíritu el que le anticipó su maternidad divina, o en la misma Visitación, su prima Isabel, Zacarías y el propio embrión que más tarde sería el precursor del Señor, estaban llenos del Espíritu?

El propio Simeón que había esperado toda su vida conocer al Mesías, tuvo al Espíritu Santo en la Presentación de Jesús en el Templo.  En todos esos pasajes está la figura santísima, eminentísima y avasalladora de María que es capaz de llevar la unción que es aliento de vida y dadora de los dones que sólo de él pueden proceder.

Y como el Hijo de Dios escogió desde toda la eternidad a esa joven judía como su Madre, pues nadie hay mejor que conozca al Salvador, de modo que nadie hay que mejor sepa orar y pedir, sobre todo Espíritu Santo, como lo hizo en el Cenáculo en que no estuvo por casualidad, sino por voluntad divina, para serla madre de la Iglesia.  En una cultura en que las mujeres eran sólo lumpen, sin merecimiento para el aprendizaje de la ley y, en fin, en un contexto patriarcal en extremo, fue María la que, inundada del Espíritu Santo desde su misma concepción inmaculada, según dogma de fe, la que guio por días enteros esa naciente Iglesia para que el Pentecostés de la Torá, en adelante cambiara por el Pentecostés que recuerda ese grandioso día.

Por eso, es que esta fiesta, la tercera más importante en el calendario litúrgico después de la Pascua y de Navidad, el creyente debe esperarla en perseverante oración; porque ese es el precio para que el Espíritu de Dios se remueva en cada creyente. Aunque es una promesa, ocurre como con la Salvación que exige arrepentimiento; para que el Consolador more en nosotros, hay que invocarlo.

El Espíritu Santo es la mejor muestra del amor que el Padre tiene por el Hijo y el envío que éste hizo sobre todo el que lo pida, es también el signo del gran amor que comenzó haciéndose pecado para morir por los pecadores.

No hay forma de separar a la Santísima Madre de Dios y el día de Pentecostés. En realidad, no hay posibilidad alguna de separar a María del movimiento de la Iglesia porque ella viene recibiendo constantemente la efusión del Agua Viva que calma la sed de todos sus fieles; por eso pese a los intentos de quienes son sus enemigos, la Iglesia Católica nunca va a perecer, a pesar de que nunca va a estar exenta de conflictos y de atentados, incluso al interior mismo de ella, y no es raro que provocados por sus mismos líderes.  A ese respecto es conocida la historia que atribuye a Napoleón cierta vez haber afirmado que “un día iba a exterminar la Iglesia. Un Cardenal le contestó: eso no lo hemos conseguido ni siquiera nosotros”.

 

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

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