martes, abril 30, 2024
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Hasta ahora no aprendemos a pescar

Mario Malpartida

Que los ricos se hagan pobres, así comenzó su gestión el gobierno del MAS; tenía los ejemplos de Cuba y Venezuela, su motivación política fue combatir a quienes daban trabajo al mismo tiempo que acumulaban fortuna; por cierto, en desmedro de la mano de obra, porque de los desocupados apenas se acordaban. La idea fija era extinguir a la “oligarquía vende patria”. La ley sobre reconducción agraria, fue el inicio del asedio al sector agropecuario, las tierras revertidas pasaron al dominio originario de la nación; decir “latifundista” tenía acento de agresión.
El sector agroindustrial estaba atemorizado, se anunció que las fábricas formarían parte del Estado; duros ataques contra la minería que en gran parte se apropió el gobierno. La explotación gasífera y petrolera fue “nacionalizada”. Si bien los bancos recibieron amenazas, más tarde se enriquecieron, pues la tasa pasiva quedó baja, mientras que la activa subió hasta ocho puntos. El dólar fue perjudicado y se impuso la “bolivianización”. El comercio exterior privado fue sometido a cuotas de exportación restrictivas y trámites dilatorios, se debilitó ante el comercio internacional.
Por ese tiempo se habló mucho y fuerte sobre los campesinos pobres y se fortalecieron los movimientos sociales, ser empresario era malo, sinónimo de rico neoliberal y de haberse “enriquecido con el hambre del pueblo”. El discurso confrontativo entre occidente y oriente se contaminó, ser colla y camba era denigrante, según de donde mire. Aunque no paró la migración, “collita” para disimular el poco aprecio, “colla” como desafecto discriminador, lo mismo que al otro lado decir “camba” tenía fuerte connotación.
La oposición partidaria fue doblegada y acabó por desaparecer, el opositor era enemigo de la patria y del “proceso de cambio”, por tanto, había que castigar; al exilio por cientos, perseguidos, presos y encarcelados; se instaló la discriminación racista: los aymaras creyeron ser más que los quechuas, denigraron a los blancos, y teniendo apellidos extranjeros peor. Transformaron una cultura sencilla y sumisa, en otra inculcada en el odio: llegó la hora de cobrar por los quinientos años, no había razón para el perdón.
Por ese afán de acabar con los ricos, se olvidaron de los verdaderamente pobres, o consideraron que el mejor modo de ayudarles era construyendo canchas de fútbol y coliseos; nacieron los subsidios a los alimentos. En el año 2009 reapareció el interés para ocuparse de los humildes desfavorecidos, reactivaron el fondo de desarrollo con 500 millones de dólares; más de un millar de proyectos rurales incorporados al plan, decenas de poblaciones del campo serían beneficiadas. Se nombró nueva Ministra de Desarrollo y Tierras, en el año 2010. Se trataba del Fondo de desarrollo para los pueblos indígenas originarios y comunidades campesinas (Fondioc). Entregaron semillas, abonos, ganado y maquinaria agrícola, todo parecía andar bien, los rurales recibían apoyo, estaban aprendiendo a pescar. No tardó un año para descubrirse malos manejos, varios coautores, sindicándose unos a otros, terminaron encarcelados, pero del dinero, nada; los números nunca fueron claros.
En buenas cuentas, el dinero se esfumó. De tal manera que cuanto pretendían no se hizo, y quedó pendiente, por hacer (aún no saben pescar). Entre ineptos e incapaces todo parece difícil. Se trata de que los pobres tengan más dinero y patrimonio, alcanzando mejores niveles de bienestar (vivir bien); que los pobres de hoy (rurales y urbanos), tengan opciones con fondos de fomento y los caminos abiertos para que, trabajando como todos, su riqueza aumente (no es con bonos, tampoco con discursos), y comprueben que cada vez son más iguales, sin estar pendientes esperando la repartija que llegue como producto de haber empobrecido a los ricos, porque nunca llegó la hora de redistribuir riqueza, menos la que tenía el gobierno en sus arcas, que en buenos tiempos llegó a 15 mil millones.
Mil millones como capital de trabajo, capacitación y supervisión, hubieran logrado mucho, Eso también implica una transformación cultural: el deseo de no querer ser pobres, salvo que, el Socialismo del Siglo XXI, tenga por intención mantener la pobreza y empobrecer al pueblo; pues por lo que se ve, no están quedando dudas.

El autor es periodista.

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