sábado, mayo 18, 2024
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Dueños de la verdad

Entre los humanos, hay quienes tienen determinados talentos para alguna ciencia o actividad que los distinguen de los demás. Eso está fuera de discusión, como está fuera de duda que hay gente poseedora de un carácter o temperamento que, combinado con su habilidad, da como resultado personas por encima del promedio.
Pero, a poco menos de dos años del fin de mandato de Luis Arce Catacora y a algo menos todavía de las elecciones generales, se ha apropiado de la agenda una guerra verbal entre el Gobierno y la otra fracción del MAS liderada por Evo Morales. En el primer caso se diría que, de manera inteligente, el presidente en ejercicio solo excepcionalmente responde y no sin cierta cordura a los furibundos ataques de su antiguo jefe político, que, como todos conocen, no tiene reparo en lanzar dardos cargados de odio, antes que argumentos respaldados por la razón.
Pensando en la siempre cierta posibilidad de una reconciliación de última hora entre arcistas y evistas, el primer mandatario utiliza a su vocero y a su ministro de Gobierno, a quienes prefiere quemarlos en la confrontación con el exgobernante. Cada una de las partes en conflicto acusa a la otra de traición y últimamente sacándose los trapitos al sol, remontándose a cuando formaban una unidad política, por entonces proclamada de irrompible.
Ni unos son tan buenos ni los otros tan malos, sino todo lo contrario. Hoy se escucha una sarta de denuestos, como que el “ministro estrella” de la era Morales era el cajero del régimen, declaración reciente de una época en que a Arce Catacora se lo calificaba como el mejor ministro de economía de América; o, por otro lado, las acusaciones que cada vez suben de tono referidas al carácter despótico de Evo en la conducción del partido y la pontificación del actual régimen.
En fin, en circunstancias como las actuales de crisis política y económica, la guerra verbal entre las dos alas del MAS se calienta con la misma velocidad con la que las elecciones se aproximan. La incandescencia del ambiente entre renovadores y radicales está arrasando lo que encuentra a su paso. Evo Morales cosechó todo un capital político con base en una excepcionalidad de naturaleza más que dudosa, ilegítima, y por eso cree que lo que él piensa y dice está en el rango de lo incuestionable. Es decir, se cree la Biblia. Por el contrario, Arce Catacora es una obra de Evo; hay que dar mérito a quienes sostienen que, sin éste, aquél jamás hubiera llegado a ocupar el cargo más alto del país. Como sea, hoy es el presidente y el poder confiere, además del político, un importante sostén social y, sobre todo, está gozando de su mandato. Luego, ambos se creen con el aval moral y político suficiente como para no admitir reconvenciones de nadie.
Y es que quien se cree dueño de la verdad se resiste a poner sus ideas al nivel que las del resto y así solo contribuye a dañar los presupuestos básicos de la convivencia democrática.
Desde el masismo radical existe una convicción, por supuesto falsa, de que moralmente son superiores a los del frente; tanto, que de manera expresa y en más de una vez a éstos los calificaron como peores que los de la derecha. Esa actitud necia es una de las grandes taras de nuestra política, con un vocero presidencial que con esmerada retórica no oculta su convicción de creer que domina la verdad de modo exclusivo o un ministro de Gobierno que, no siendo tan finolis en sus expresiones, ahonda todavía más esa inclinación a creer que nadie más tiene la razón.
Recuerdo que cuando Evo Morales aún ejercía su gobierno absolutista tenía en Álvaro García Linera su aliado ideal. Este se encargaba —siempre con aires de superioridad y desagradable ironía— de cargar veneno a todas sus expresiones descalificatorias de los opositores, y, claro, amparado en el poder que detentaba no vacilaba en hacer uso de la palabra despótica, imperativa y grosera, y como si en ella residiera la certeza de una declaración irrebatible. En realidad, el impulso a apoderarse de la consciencia nacional, tomando decisiones de “qué está bien y qué está mal” o de “nosotros somos los buenos y ustedes los malos”, se remonta a lo más arcaico de nuestra política. Hoy los acontecimientos sólo nos muestran que esa actitud ha alcanzado más relieve.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

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