sábado, mayo 18, 2024
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Al gran pueblo argentino, ¡salud!

Las recientes elecciones generales en Argentina no solamente han servido para elegir a un presidente o poner una nueva figura notable, como muestran las apariencias. Tiene significado no solo quién está a cargo del timón de la nave de esa nación, sino qué hará el nuevo timonel. Tiene, en realidad, un significado que no se lo reconoce o, más propiamente, no se lo quiere reconocer.
En primer lugar, el pueblo argentino ha elegido un conductor por vía del voto y no por una imposición. En efecto, no solo ha elegido a una persona, sino el programa que representa. Ha votado escogiendo entre la democracia o el populismo, tomando en cuenta los setenta años de experiencia pasada. Supo así expresar el sentido histórico de la nación argentina y no ideologías de todo tipo con las que se la intentó someter.
A mediados del siglo pasado, Argentina era una potencia continental que competía en importancia económica con Estados Unidos. Pero, en medio de esa prosperidad, surgieron los cantos de sirena con ofertas paradisiacas de “izquierda”, que la llevaron a una crisis permanente. Los justicialistas, peronistas de todo matiz, socialistas, populistas, etc., consideraron a su país como un tubo de ensayo para aplicar toda clase de fórmulas que conducían al paraíso, pero, sin excepción, terminaron en el infierno.
En efecto, para un país que está en la juventud de su capitalismo, aplicar recetas socialistas “fue un éxito”, pero el enfermo estaba en agonía. El remedio fue peor que la enfermedad. No se diagnosticó al paciente y, por tanto, se le recetó medicinas proscritas. Así, la potencia de mediados del siglo pasado fue puesta al borde de la tumba. No se le aplicó al paciente las dietas adecuadas a su edad. Los sabihondos “izquierdistas planteaban la solución por el desastre.
Los argentinos fueron confundidos con utopías y espejismos a cuál más bellos en apariencia y cayeron en la trampa: pensaban que Argentina no padecía tanto de capitalismo como de falta de capitalismo. Entonces circuló el engañoso sueño populista citado por canta autores con guitarra en ristre, para construir el socialismo sobre bases del colectivismo primitivo, sin pasar previamente por la etapa capitalista.
No es suficiente decir, como ingenuos soñadores, que el pueblo argentino fue sorprendido, pues ni a la nación ni a la mujer se le perdona cuando cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. El país se embrolló en medio de un terror sin fin y, buscando el fin de ese mal, decidió volver a su cauce: la democracia.
Eso no es todo. Tomar el poder es fácil, como es fácil la vida de oposición. La cuestión es conducir la nave del Estado en medio de un mar embravecido y motín a bordo, y que está sometido a leyes propias. Por tanto, si se hace buena gestión, en este caso, las leyes del desarrollo vigentes tendrán éxito, pero si se aplica fórmulas útiles para otros regímenes, entonces el destino no será otro que el naufragio.

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