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Infancia, la edad sagrada

Por Fátima Servián Franco, psicóloga

La ayuda que necesita la humanidad solo puede llegar a través de los niños, porque ellos son y los que escriben el presente y el futuro. En cada niño nace la humanidad, por lo tanto no podemos tratar a los niños como personas de segunda escala, porque en el trato que les dispensamos se está forjando su personalidad.

Hay que cuidar a la infancia y a cada niño que pasa por ella sabiendo que en cada uno de ellos se está formando un pedacito de la humanidad. En cada niño nace la bondad, la alegría, la compasión, la empatía, pero también el odio, el rencor, la venganza. Por eso, tenemos la obligación de saber qué potenciar para que llegue a la vida adulta.

La infancia debe y tiene que ser la edad sagrada. Es importante abordar la necesidad de cambiar la forma de educar a los niños, ya que los primeros años de vida tienen una gran influencia a la hora de formar el carácter de la persona.

En cada niño nace la humanidad

Los adultos tendemos a educar sin entender al niño. Recurrimos al “son cosas de niños” para todo lo que hacen y no logramos comprender. En este sentido, tenemos que identificar y respetar los sentimientos y emociones del pequeño para comprender lo que le está ocurriendo.

Así, a veces no sabemos cómo capturar o mantener la atención de un niño y es que, por ejemplo, todavía no tiene desarrollado el córtex como para registrar gran cantidad de órdenes en él y seguirlas. Le acusamos e incluso podemos llegar a castigarlo por desobedecer, cuando en realidad el error es nuestro al ponerles demasiados límites o darles demasiadas órdenes seguidas.

La autorregulación emocional en los adultos es fundamental para educar a los niños. Piensa que en base a nuestra forma de reaccionar ante los hechos, los niños aprenden también cuál es la reacción apropiada frente a ellos. En ese sentido, es necesario educarnos a nosotros mismos. La autorregulación asegura un equilibrio entre la contención y la permisión. En el pasado teníamos un exceso de límites que no resultó bien y ahora, por el contrario, parece que contamos con un déficit que tampoco está dando buenos resultados.

Los límites, al menos la mayoría, no deberían ser sancionadores ni establecerse bajo la influencia de una emoción muy fuerte. Es muy importante para la educación del niño que seamos coherentes con nuestras palabras, por mucho que nuestro estado emocional en ocasiones nos pida otra cosa. Emociones, como el enfado o la rabia, no son buenas consejeras a la hora de implantar límites o administrar sanciones.

Los primeros años de vida influyen mucho en la formación de la personalidad

La primera infancia, hasta los tres años, es como el fondo de reserva para la vida. En esos años debe constituirse una base para la depresión, bipolaridad, y psicóticismo o por el contrario pueden adquirirse habilidades y fortalezas que nos protejan frente a ellas. Podríamos decir que la infancia, en este sentido, tiene un carácter sagrado. Además, será “más sagrado” cuanto menor sea la edad del pequeño.

Muchos padres no empiezan a prestar atención al desarrollo del niño hasta que llega la primera adolescencia. Hablábamos antes de los padres que dan muchas órdenes seguidas; pues bien, también existe el caso contrario, aquellos padres que no ponen límite alguno o no le dan responsabilidad al pequeño hasta que no empieza la adolescencia. Esto es paradójico, porque difícil va a ser en este punto, si no hemos empezado antes, ya que es cuando suele comenzar su rebeldía.

No solo hay que educar a los niños a nivel normativo, cognitivo e intelectual. Su desarrollo emocional es muy importante, para poder acompañar el desarrollo de los niños de hoy: aquellos en los que reside la esperanza del mañana, nuestra esperanza.

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