viernes, mayo 3, 2024
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Nuestra edad se traslada

“De un tiempo a esta parte en aquella familia no ganaban para sorpresas. A la bisabuela, con apenas 95 años, le habían programado una intervención quirúrgica. Ella estaba un poco preocupada porque era la primera vez que iba a ser ingresada en un hospital. Su hijo, recién jubilado por su edad, había decidido prepararse para correr una media maratón. Había sido siempre su ilusión, y ahora disponía de tiempo. Había acudido a un centro de entrenamiento y después de varias pruebas médicas le había comunicado que estaba en perfectas condiciones para poder hacer la carrera, sólo necesitaba la preparación física adecuada. La mayor ilusión corría a cargo de la nieta pequeña, a sus cuarenta y tantos años se había quedado embarazada por primera vez. ¡No cabía de júbilo! La guinda joven la ponían los biznietos que, sin aún haber cumplido los quince años, se irían al extranjero durante varios meses para perfeccionar el inglés”.

La diferencia entre la edad y el tiempo, es que la edad es una noción social, psicológica y cultural, mientras que el tiempo es un concepto cronológico vinculado al espacio. El concepto de edad está basado en ciencias biológicas como la cronobiología, la gerontología, la biología evolutiva y la biología del desarrollo, en todas ellas se sigue pensando en un tiempo biológico medido en años. El proceso biológico, que empieza incluso antes de la concepción, está influenciado por cuestiones culturales, por el entorno social en el que se desarrolla, por la percepción psicológica que tenemos de nuestro propio yo, y por las expectativas de futuro a las que aspiramos. Decía García Márquez que “Hoy empieza lo mejor de lo que nos queda por vivir”.

Si bien el proceso de envejecimiento biológico viene marcado genéticamente, el cognitivo está a expensas de los procesos de aprendizaje que hemos tenido y del desarrollo de las habilidades intelectuales que hemos adquirido. Alguien dijo alguna vez que el envejecimiento está relacionado con la pérdida de la curiosidad y de las ganas de aprender y de iniciar retos nuevos. La rutina se podría decir que acelera el envejecimiento y acorta el tiempo.

La edad incluso llega a tener parámetros administrativos (la mayoría de edad, la edad de jubilación, la edad para poder trabajar). Hubo un tiempo, no hace tanto, que la edad pediátrica terminaba a los 7 años de edad. No digamos aquellos factores de tipo económico que nos pueden situar en la escala de personas acomodadas o bajarnos a la categoría de la vulnerabilidad y casi la exclusión. En España, los datos de Instituto Nacional de Estadística sobre “Indicadores Urbanos”, donde se recoge información sobre las condiciones de vida atendiendo a la vertiente económica por provincias y Comunidades Autónomas (CC AA), destacan que la esperanza de vida al nacimiento es más elevada en aquellas con mayor renta por habitante, pudiendo alcanzar hasta seis años de vida de diferencia. Igualmente, la esperanza de vida de buena salud (vida en ausencia de limitaciones funcionales o de discapacidad) también es significativamente mayor.

El concepto del tiempo y como sentimos el paso del mismo están relacionados directamente con la edad. Investigaciones recientes apuntan a que a partir de los cuarenta años es cuando el tiempo empieza a acortarse y a pasar más rápido.

En el contexto social en el que vivimos estamos asistiendo a un proceso de retraso de las edades. La infancia se alarga, la juventud no termina con la finalización del proceso de crecimiento, sino que desde el punto de vista psicológico estamos viendo a una generación “Peter Pan”, que, incluso rebasada la cuarentena, adopta comportamientos propios de edades más tempranas. En torno a este proceso de traslado de la edad el debate sobre la edad de jubilación (a partir de los 65 años) está más candente que nunca. Esa edad se estableció en España en el año 1919 con la creación del Retiro Obrero Obligatorio (gestionado por el Instituto Nacional de Previsión y destinado a asalariados de entre 16 y 65 años de edad). Los expertos abogan por una revisión de la misma por dos motivos. Uno por el aumento de la esperanza de vida de la población y otro por las capacidades perdidas de un colectivo todavía apto para el desempeño de sus funciones laborales una vez cumplidos los 65 años.

Desde el punto de vista del Sistema Sanitario, el ensanchamiento de la cúspide de la pirámide de población requiere de una reformulación de los servicios socio sanitarios a loa que la población tiene derecho. En España hay más de 18.000 personas que superan la edad de 100 años. Hoy el ingreso hospitalario de una persona nonagenaria es cada vez más frecuente y no es sinónimo de un desenlace fatal. La Sociedad Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología señala que cada vez son más frecuentes intervenciones por fractura de fémur en pacientes nonagenarios con resultados mucho más que óptimos que permiten al paciente la vuelta a una vida normalizada. Además de la cirugía traumatológica, las intervenciones de cataratas, la colocación de marcapasos, las intervenciones de tumores cutáneos, los procedimientos urológicos y las exploraciones mínimamente invasivas, están a la orden del día en este colectivo cada vez más numeroso. Desde la Sociedad Española de Anestesiología y Reanimación se asegura que los procesos quirúrgicos a esas edades no requieren de un dispositivo especial ni de infraestructuras extraordinarias. pero sí extremar los cuidados en la monitorización de los pacientes.

La edad se ha convertido en factor relativo a la hora de la toma de decisiones que competen a nuestra salud.

Y cuando la vida había ya marcado en su rostro las desdichas, cuántas veces en un banco de la plaza apesadumbrado y abatido, ha esperado nuevamente el tren de regreso”.

 

Dr. Antonio Ares Camerino, vicesecretario del Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Cádiz, España.

 

medicosypacientes.com

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