viernes, mayo 17, 2024
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La extraña enfermedad tercermundista

La mediocridad política en el continente, sobre todo en Sudamérica, ha llegado a niveles inconcebibles. No podemos comparar a los gobernantes de antaño, con los actuales, que, manifestándose de izquierdas, son simples pícaros con poder. Mucho antes del mortal COVID y de la aparición de la viruela del mono, surgieron estos especímenes que se iniciaron como una plaga. Al parecer se inició con Hugo Chávez, si no tomamos en cuenta a la gerontocracia cubana, que, ineficiente y criminal, hizo creer que estaba haciendo una revolución, la Gran Revolución.

Los fenómenos aparecidos a finales de los noventas, hablaban de una revolución antiimperialista, cuando, en el fondo, lo que deseaban – todos sin excepción– era el disfrute del poder únicamente con sus más allegados. La palabra de moda para estos estafadores de la política fue “el pueblo”. Todo se hacía –y se hace– en nombre del pueblo. “El pueblo dice… el pueblo quiere… el pueblo manda…”. Y un pegajoso eslogan en sus concentraciones: “Si esto no es el pueblo, el pueblo dónde está”. Sin embargo, el pueblo no está ahí, el pueblo no dice nada, no opina, y solo espera cándidamente, a cambio de su voto, beneficios que nunca llegarán. El manoseado pueblo no es en el fondo sino un jefazo y cuatro segundones, que dicen hacer la revolución; que piden el voto por las buenas o lo consiguen por las malas; reparten canonjías a los líderes sindicales incondicionales, y así ellos, en la cúpula, saborean el poder y se atiborran de dinero.

Pero alguna fórmula mágica deben tener estos caudillos que dominan a la mayoría de nuestras naciones. Y esa es el de haber actuado en nombre del socialismo. Todos, sin excepción, se declaran socialistas. Sin embargo, algunos habrán militado en la izquierda alguna vez, aunque, ahora, después del descalabro de la URSS y de sus satélites, luego del rotundo fracaso económico y social de las naciones que se inclinaron por las teorías de Marx, empobrecidas al extremo, el comunismo y el socialismo quedaron como un negocio para políticos avivados y nada más. Ahí se prostituyó el socialismo y surgió su bastardo no reconocido: el populismo

Mencionan a una izquierda que, repetimos, solo es un rotulo atractivo para muchos, y como contraparte, crean una derecha inexistente. Sucede en Bolivia y en las naciones vecinas también. Eso promovió públicamente Hugo Chávez, expresando que el sistema populista no tenía futuro si no existía al frente un enemigo. ¿Quién podía ser el enemigo a crear? La derecha, por supuesto. ¿Qué derecha? Los empresarios, los emprendedores de todo tipo, los propietarios en general, la prensa independiente y todo político racional que deplore el uso y abuso de los pueblos indígenas como marionetas y la captación de los sindicatos en base a prebendas.

En Venezuela, como en Bolivia, y ahora en Chile, era necesario legalizar, santificar, los intentos de “el cambio” de quienes ganaron las elecciones y asumieron el poder. Para eso, la única posibilidad fue la modificación del sistema democrático tradicional por otro artificial, pero “conveniente”. De ahí los bodrios constitucionales que surgieron en Venezuela y en Bolivia y que amenazan peligrosamente a Chile.

Bolivia empezó liquidando la independencia de los tres poderes del Estado (se agregó, además, el poder Electoral) y como un cambio notable a estos cuatro poderes se los denominó “órganos”. De ahí que nos encontramos con los órganos Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral, donde el que lo define todo y manda sobre el resto es el Órgano Ejecutivo. No existe la separación de órganos, ni la coordinación ni cooperación entre ellos. Llega la orden desde el Palacio a los parlamentarios y la mayoría oficialista aprueba en consecuencia, sin objetar nada, dándole un inútil margen de protesta a la oposición. Ya vemos cuáles son las lamentables consecuencias en una Asamblea Legislativa donde reina la ignorancia como si ésta fuera un verdadero mérito. Quien no estudió tiene más voz y es más admirado, justamente porque siendo iletrado ocupa una curul. Si a ello se suma la vestimenta indígena (algunos se disfrazan) el éxito es total.

No sabemos qué va a suceder en Chile el domingo, pero, además de nuestro buen deseo, las encuestan afirman que la Constitución será rechazada en el referéndum. No ha sido fácil para el país vecino lograr la prosperidad y haber bajado notablemente los índices de pobreza. Ocupar el mayor sitial en desarrollo en América Latina, sin tener recursos naturales excepcionales, no es cosa de suerte sino de una acertada economía de mercado.

Al parecer los chilenos –hasta los ciudadanos que votaron para modificar la Constitución– se han dado cuenta, a tiempo, que la mayoría de los constituyentes son de poco fiar, una farsa. Que súbitamente han aparecido por todos los círculos unos mapuches y araucanos antes no vistos, con vestimentas exóticas y dudosa educación, que son quienes han tenido preeminencia en la redacción del texto constitucional, un texto, naturalmente, tan malo o peor que el boliviano.

Nuestra América está enferma de extravagancia política. Lo extravagante se sobrepone a lo serio. Los disfraces “originarios”, las naciones que a veces no pasan del centenar de personas, las lenguas que solo hablan otro centenar, la ocupación de territorios que disque les pertenecieron antes de la llegada de los españoles, todo esto a unos mestizos aprovechadores nos está llevando por muy mal camino.

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