viernes, mayo 10, 2024
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Filosofía del lenguaje

Martín Heidegger decía: “El ser humano habla. Hablamos en la vigilia y en el sueño. Hablamos sin parar, incluso cuando ninguna palabra pronunciamos”. Por lo expuesto, el lenguaje es característica exclusiva del hombre. No existe otra criatura capaz de hilvanar infinidad de palabras para dar sentido a sus ideas, pensamientos y sentimientos. La evolución y la hermosura del lenguaje fluctúan con el tiempo, a veces llega a niveles inimaginables de belleza, en otras ocasiones se estanca y esconde detrás de lo políticamente correcto.
Noam Chomsky señala que existen dos tipos de lenguaje: uno interno (lenguaje propio) y otro externo (influencia externa). Yo añadiría la existencia de un lenguaje impuesto, es decir, un lenguaje pre diseñado, el cual no requiere su racionalización, simplemente su mera repetición. Entonces, cabe la pregunta: ¿el uso del lenguaje impuesto requiere de la racionalización de las palabras? Ciertamente, no. Basta su memorización y posterior repetición. Víctor Klemperer, filólogo y lingüista, señalaba que elección de determinadas palabras o frases y su continua repetición se convirtieron en una de las principales técnicas de manipulación en la época del Tercer Reich de la Alemania Nazi. El lenguaje impuesto no precisa de retórica, solo requiere de fuerza coactiva y manipulación mediática.
Cuando las palabras encuentran sentido trascienden, se convierten en procesos de aprendizaje que desembocan en la libertad del alma y del pensamiento, insisto; solo cuando la palabra es desmenuzada con el adecuado uso de la razón alcanza su máxima expresión.
La retórica, cuando se convierte en herramienta del discurso hegemónico, ya no es un arte, es simple manifestación de una ideología que no busca ni la reflexión ni la seducción de la audiencia, solo la imposición de una idea a un determinado grupo social, con todo esto la interpelación y el debate quedan ausentes; el lenguaje y la retórica quedan atados al absolutismo y la imposición, pues deja de ser mediador de conocimiento y se convierte en coacción.
El lenguaje coactivo o coercitivo no genera reflexión, por el contrario, infunde miedo. De esta manera la belleza de las palabras y de las ideas da paso a la memorización banal de preceptos ajenos, los mismos que al ser ajenos a la persona solo encuentran su finalidad al ser repetidos y defendidos sin una valoración lógica del mensaje. El lenguaje impuesto se torna abusivo, e incluso peligroso, pues desplaza el sano juicio por el miedo, y el miedo siempre desemboca en violencia.
Las palabras correctamente hilvanadas tienen que seducir al intelecto, no encasillarlo en la idea fantasiosa y peligrosa del fanatismo, pues ciega la conciencia y la verdad. Es de esta manera que los conceptos –totalmente válidos– de la inclusión y el respeto se convierten en instrumentos de adoctrinamiento y discriminación.
El uso de la razón es imprescindible en la hora de decodificar el lenguaje, solo de esta manera el ser humano logra la correcta interpretación de las palabras y comprende su alcance y belleza. Es por ello que, a lo largo de la historia, los sistemas totalitarios siempre han tratado de acallar la razón, para imponer un lenguaje abusivo y de confrontación.

Marcelo Miranda Loayza, Teólogo y Bloguero.

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