domingo, mayo 5, 2024
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El derecho a tener una vida digna

Desde hace muchas décadas y mucho más desde que se iniciaron conflictos internacionales hasta llegar a estados de guerras cruentas, la humanidad ha buscado que haya paz y concordia, que los hombres dejen de ser enemigos de los hombres, que se tenga en cuenta que Dios ha creado el universo con fines nobles y lo ha poblado para que la humanidad viva en paz y armonía. Así, pues, desde siempre hubo propensión y vocación para combatir al mal y hacer que imperen los estados en pro del bien común, de que sobrevivan los tiempos en que la paz y la concordia, la armonía y el entendimiento entre los hombres y entre las naciones sean estados permanentes para una vida digna; pero la soberbia –mal impregnado en el corazón de quienes poseen poderes de toda clase– ha impedido que sea realidad.
En l963, el Papa Juan XXIII dio a conocer la Encíclica “Pacem in Terris” (Paz en la Tierra) un clamor hecho documento de la Iglesia que resumió todo el sentir del cristianismo, la profundidad de los derechos y deberes de los hombres y de las naciones. Una muestra de que el ser humano como hijo de Dios, como hermano de sus semejantes, como instrumento del bien común y, sobre todo, como ser libre y tener condiciones para el raciocinio justo y acorde con la verdad, posee dignidad y puede alcanzar en su vida, en su familia, en todo su entorno y en su nación las formas más dignas de vida. El documento papal señala las condiciones que deben prevalecer en el mundo para que reinen la paz, la armonía y la convivencia entre los hombres.
Alejarse de la profundidad de lo dicho por el Sumo Pontífice resulta imposible, porque en el espíritu humano se encuentra impreso que la paz en la Tierra, máxima aspiración de todos los hombres y de todos los tiempos, no es posible conseguir ni menos asegurar si no se conserva y se respeta el orden establecido por Dios. Es decir, que el hombre sepa cuidar y usar bien los dones y los privilegios con que el Creador lo ha dotado, el hecho de haber sido creado a su semejanza, inteligente y libre y, para hacerlo mejor, lo ha completado con un catálogo de buena conducta, un seguro que son sus leyes, pero para que los cumpla libre e inteligentemente.
Es indudable que todo hombre es sujeto de derechos y deberes, al sostenerse que tiene una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre, y que de esa misma naturaleza surgen derechos y deberes que son inalienables y si a esos atributos se une el hecho, la persona humana es, pues, el bien supremo de la Tierra y merece vivir en paz. Lo interesante e innegable es que la encíclica Paz en la Tierra es una respuesta a quienes, por ignorancia, creen que el hambre, el subdesarrollo, las enfermedades y la extrema pobreza solo competen a los políticos y a los gobiernos, como si Cristo hubiese venido a la Tierra solo para dialogar y no, como lo hizo, dando preferencia a los pobres, a perseguidos y enfermos, a necesitados e incomprendidos y a los que sufren por falta de bienes materiales.
Es, pues, atributo y derecho de todos los hombres el tener dignidad, conservarla y cuidarla como un don otorgado por Dios. Además, esa dignidad está revestida de amor, respeto y consideración que debemos cuidar para bien propio y de la familia que, en toda circunstancia, debe mantenerse como bien fundamental de nuestros valores.

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