viernes, mayo 3, 2024
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Suicidio, un problema olvidado

El otro día pasé por sobre la avenida del Poeta; estaba en una cabina de la Línea Azul del Teleférico. Desde mi asiento se veía el inmenso monte de tres picos: el Illimani. Y abajo, varios altos árboles que alegraban el paisaje. La cabina fue avanzando lentamente hacia el sur, y luego, al bajar la mirada, advertí que en el pavimento de la larga avenida había inscrita, con letras blancas, una frase que llegó a conmoverme e impactarme mucho: «No te rindas. Tu vida es muy valiosa». La frase estaba pintada en caracteres grandes, justo bajo el puente de las Américas, lugar donde decenas de personas, desde su construcción, decidieron poner un final a sus vidas.
Últimamente los noticieros (televisivos sobre todo) han ido plagando sus reportes con noticias sobre suicidios. Sí, digo plagando porque, desde el punto de vista periodístico y ético, no creo que el asunto del suicidio deba ser motivo de sensacionalismo o estrategia para captar mayores audiencias. El solo hecho de pensar en las amargas horas anteriores y posteriores al infausto hecho de quitarse la vida, debería provocar escalofríos en cualquier ser humano que se precie de tener un alma compasiva.
El puente de Las Américas es un lugar automáticamente identificado con el suicidio. Tristemente, el lugar fue elegido ya por muchos suicidas, que no pudieron hallar otra salida que la autoeliminación física, y pese a que, según la Organización Panamericana de la Salud, la menor parte de los suicidios en América Latina y el Caribe se hagan por el método del “salto”, yo creo que gran parte de los suicidios en La Paz se hace de esa forma. Hace unas semanas, el alcalde Iván Arias prometió la elevación de las barandas de la mencionada estructura con el fin de prevenir más suicidios. Personalmente, aplaudí la intención, dado que, para paliar un problema como ése, tanto las medidas inmediatas cuanto las de largo plazo cuentan. Sin embargo, creo que es momento de poner un freno de otro tipo a este problema minimizado por las demás circunstancias que aquejan.
En países avanzados existen instancias gubernamentales que intentan frenar este problema. Obviamente, se trata de países que tienen sistemas de salud y de seguridad ciudadana tan sólidos que pueden pensar ya en ponerle un alto a problemas como el suicidio o la adicción a las drogas. Pero si el asunto es menos importante por la cantidad de personas que intentan quitarse la vida, no lo es menos por el fondo mismo del problema, tan desgarrador y gris para una familia o una sociedad.
Sin ir demasiado lejos, países como México tienen líneas telefónicas de atención inmediata para prevenir el suicidio, con asistencia médica y psicoterapéutica. Al elevar las barandas de un puente, se está poniendo un paliativo material, pero no psicológico. Es como quitar las balas a un revólver, pero no las penas al afligido.
En esta cuestión, ninguna legislación que la penalice tendrá la solución. Los paliativos deben ser espirituales y psicológicos, pues la vida es una cuestión profundísima que tiene que ver con móviles que están fuera de lo permisible o lo punible social y jurídicamente hablando, como lo moral, el honor, la religión y el sentido de la vida.
El problema debería ser tratado como una cuestión de salud pública. Dado que tanto el Estado como el cristianismo universal deben velar por la vida humana, el freno al suicidio se hace un imperativo. Cuando aquí se implementen medidas, ahí se podrá decir que hubo un paso más hacia el desarrollo y la construcción de la civilización cristiana.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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