domingo, mayo 19, 2024
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Debates estériles…

Una de las características de las sociedades educacionalmente rezagadas es la preocupación obsesiva que tienen con problemas o dilemas que no hacen a la estructura o los cimientos de su devenir histórico. A este extravío se suman las instituciones débiles y los gobernantes sin visión, cuya ligereza alimenta más el debate trivial o insulso, debate que, a su vez, desemboca en agendas públicas poco productivas o directamente vacías.
Una de estas polémicas infecundas fue (o sigue siendo) la del origen o autoría de la morenada, que despertó vivas pasiones en las redes sociales y la prensa, no solamente por parte de quienes deben soler bailarla en las festividades folclóricas más importantes del país, sino por la de autoridades y algunos periodistas de renombre. Otra de esas peloteras, ya de hace algunos años, fue la de la declaración de la hoja de coca como patrimonio cultural y ancestral. Y así, hay muchas. Estos dos hechos, además de estar directamente ligados al bajo nivel crítico de la sociedad, están vinculados con la ola posmodernista que reivindica a capa y espada los valores, costumbres, creencias y estéticas de los pueblos nativos, víctimas —según esa ola— de una aculturación occidental atroz y una violación sistemática de sus cosmovisiones y filosofías.
Lo malo de todo este fenómeno no está solo en que paulatinamente la cultura (entendiéndose este término como se lo entendía antes: literatura, artes, música) se va relativizando y degradando, sino también en que la agenda pública concerniente a los más complicados y trascendentales problemas de índole económica, jurídica, sanitaria y educativa, se deja totalmente de lado.
La sociedad boliviana siempre ha sido así. Y no es casual, pues mucha explicación puede hallarse en la historia —una historia triste y de infortunios—, que hace que cualquier laurel en campos no necesariamente científicos, técnicos o artísticos (ej. la clasificación de la selección boliviana al Mundial del 94 o la catalogación de la quinua boliviana como una de las mejores quinuas del mundo) excite sobremanera el entusiasmo colectivo y dirija la mirada hacia asuntos de menor —o directamente ninguna— trascendencia.
Recalco en que gran culpa la tienen los gobernantes y las instituciones, pues son éstos los primeros en aplaudir tales triunfos efímeros y poco constrictivos. Como decía Franz Tamayo en uno de sus manuscritos inéditos: «El acceso al poder de un ciudadano recto y docto no es suficiente para la democracia. Lo que se necesita es una institución que robustezca al gobernante justo y rompa instantáneamente al injusto». En esa cita, la palabra democracia podría ser perfectamente reemplazada por la palabra desarrollo o civilización. Así, la verdadera revolución en Bolivia se operará cuando ésta sea de tipo educativo, para que las mentalidades proclives al entusiasmo baladí se reformen poco a poco.
En el contexto actual, me preocupa el problema de la pandemia, que acusa un notorio rebrote en varios países de Sudamérica. Es por esto que la mirada no solo de gobernantes, sino también de periodistas, intelectuales y líderes de opinión, debería estar totalmente enfocada en la resolución de este problema, que a su vez conlleva otros problemas. La provisión de vacunas, las medidas restrictivas de circulación, el mejoramiento de la señal de internet y de la educación virtual, las alternativas paliativas para los emprendedores y la economía en general son los asuntos que debiéramos estar debatiendo en medios de prensa y, por supuesto, en el Parlamento. Más allá de la pandemia, se tiene el problema del Órgano Judicial y la violencia doméstica sistemática, entre otros. Esas cosas deberían importar. No mucho dónde o cómo nació la morenada.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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