lunes, junio 17, 2024

Habla Olimpo

Ernesto Julián Bedregal Patiño

Tributo a Franz Tamayo Solares

Sobre la colina de Yaurichambi, las beatíficas melodías de Beethoven y Wagner navegan por su mente prodigiosa, descifrando los patrones rítmicos, hasta culminar en un elixir de creatividad; destilado de cebada con esencia poética, alquimia de romance, una profecía aimara, convertida en cantos de seguidilla con aroma a whisky.
Su ingenio se ve reflejado en el Illimani, ambos titanes comparten la ardua tarea de interpretar una tierra escabrosa; hijos del dios sol, personajes míticos que debaten sobre el porvenir de la ciudad, sus palabras gozan de divina estética y coloquial balance, cada frase se ampara en la frase anterior, deslumbrando a las ñustas de miski.
El esplendor de su fuerza mora en el orgullo, en sus buenas costumbres, y en sus grandes obras, a pesar de ser las menos entendidas, sabe que llegará el momento en que serán las más alabadas, compartiendo un lugar privilegiado en el monte Parnaso, junto a Víctor Hugo, Horacio, Goethe y Luis de Góngora.
Por ahora basta ser un murmullo, un talento acallado por los celos, un genio avezado a las sombras; una promesa para las almas afligidas, una esperanza que dormirá por varias décadas, hasta recibir la redención del tiempo, y resurgir a lomos de Pegaso, reivindicándose con sus letras dedicadas a la aurora.
Alza su pluma con una poderosa certidumbre, magistral numen que lo solivianta, en medio de una marcha fúnebre, esparce el son de un mar que se quebranta. De su rostro emana una lumbre, en tanto su eximia figura lo agiganta, el fuego de Prometeo se descubre, dentro del corazón de una tierra sacrosanta.
—Yo fui el orgullo como se es la cumbre, y fue mi juventud el mar que canta— vocifera el poeta, y mientras escribe, en el cielo que todo lo cubre, un cóndor andino se levanta. Atenea, Ares y Apolo, son quienes acompañan al don del hombre, para hacer de sus versos un manantial que decanta, un nombre que diamanta.
Un amauta que encubre, una sapiencia que se adelanta, a la insalubre inconsciencia de los ínvidos que le desean la parca; aquella pesadumbre y la justicia que muchas veces se atraganta, hacen reflexionar al vate, hasta preguntarse: — ¿No surge el astro ya sobre la cumbre? ¿Por qué soy como un mar que ya no canta?
Pese a presentir que se aproxima un final lúgubre, su sangre indígena se planta, ni el aislamiento que inició en octubre, podrá opacar la luz de Chuquiago Marka, y como si el Olimpo hablara, se eterniza diciendo: — No rías, Mevio, de mirar la cumbre, ni escupas sobre el mar que ya no canta. Si el rayo fue, no en vano fui la cumbre, y mi silencio es más que el mar que canta.

El autor es Comunicador, poeta, artista.

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