miércoles, mayo 1, 2024

Ciudad tóxica

Luz Castillo Vacano

Históricamente las aceras fueron hechas para caminar, pero ocurre que en La Paz ese uso es cada vez menor y lo que en realidad ocurre en ellas es una diversidad de actividades como: venta de todo tipo de objetos, comida y bebida, mediante vendedores en puesto fijo y ambulantes, presencia de limosneros, instalación de casetas de dulces y sandwiches, guardias de seguridad y brujos, instalación de postes de alumbrado eléctrico, parqueos de vehículos e instalación de casas de perros callejeros. A esto se suman las calzadas usadas como parqueos, espacio de circulación de vehículos que van desde aquellos que rozan o chocan con los cables aéreos hasta las motos e incluso patines, patinetas, bicicletas y algunas sillas de ruedas.
Por tanto, el espacio de las veredas para caminar es cada vez menor, por lo que los peatones deben usar las calzadas, cuyo espacio, tanto para los vehículos como para los mismos peatones, también es cada vez menor. Esta lucha por el espacio ocupa el centro histórico y aquellas “centralidades”, es decir, los puntos de alta concentración comercial, peatonal y vehicular. Gradualmente, copa barrios, antes residenciales, por su proximidad al centro, generando, como en ese mismo centro, la disminución de la calidad de la transitabilidad tanto de peatones como de vehículos, y expone a los vendedores, muchos de ellos, personas de tercera edad, a permanecer a la intemperie por largas horas.
Este desorden en el uso del espacio destinado al paso de los peatones, sumado al desorden en el espacio destinado al tráfico vehicular procede de la excesiva concentración de personas en ciertos puntos, lo cual motiva la instalación de los puestos de venta bajo la perspectiva de lograr ingresos, así como del hábito de los peatones de comprar “al paso”. Por otro lado, el hábito de tomar vehículos de transporte público “al paso” evita que se haya podido implementar el sistema de paradas, salvo en el caso del bus PumaKatari y los teleféricos.
Las consecuencias son el hacinamiento, el desorden y la tugurización de la ciudad, sin mencionar la delincuencia que halla en todo esto ocasión propicia para apropiarse de lo ajeno. Como ya se indicó, estamos frente a una disminución de la calidad de vida urbana de tal magnitud, que ya estamos habitando una “ciudad tóxica”.
Tóxica porque debemos andar, mejor dicho, correr por la calzada, en lugar de hacerlo por la vereda, meternos a minibuses “al paso” doblándonos en cuatro, chocarnos con postes y cables de electricidad y teléfonos que se deslizan como lianas en el bosque, toparnos entre peatones para llegar a nuestro destino, comprar “al paso” productos de contrabando expuestos al sol, soportar bocinas, rateros y borrachos.
¿Existe solución? ¿O debemos acomodarnos a este nuevo hábitat de “ciudad tóxica”?

La autora es antropóloga.

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