martes, mayo 21, 2024
InicioSeccionesOpiniónEl fin de un mito

El fin de un mito

Ernesto Bascopé Guzmán

Espero con bastante impaciencia el Censo, previsto para finales de este mes, pero no porque imagine alguna sorpresa en los datos finales. Al contrario, asumo que confirmaremos algunos cambios radicales que el país ha vivido en el último medio siglo. El Censo confirmará que la Bolivia real está muy lejos del discurso dominante en la esfera académica y, sobre todo, en el mundo político.
Con toda probabilidad, el censo ratificará, entre otros cambios, que Bolivia es un país mayoritariamente urbano, con una rápida caída de la tasa de natalidad y una población alfabetizada en su cuasi totalidad (esencialmente en español, como era de esperarse). Entonces, la imagen del país rural, con habitantes ajenos al movimiento del mundo y encerrados en una especie de inercia cultural, tendrá aún menos sentido. Será el fin del mito que ha estructurado buena parte de la reflexión social boliviana.
Occidente conoció esos cambios demográficos y sociales hace casi un siglo. Nuestros vecinos latinoamericanos tardaron más, pero atravesaron por lo mismo hace unas décadas. Era inevitable que sucediera algo similar en nuestra nación. Lo notable de Bolivia, sin embargo, es la rapidez de los cambios.
Si un joven bachiller viajara cincuenta años hacia el pasado, casi nada en términos históricos, estoy convencido de que no reconocería el país. Para empezar, dos tercios de la población, menos de cinco millones, vivirían en el campo. Luego, con una tasa de fertilidad de 5.7 hijos por mujer (más de dos veces la actual), observaría un país aún más joven que el actual. En cuanto a valores y práctica religiosa, por ejemplo, las diferencias serían incluso más visibles. Y seguro que el bilingüismo dominante, bastante más común que hoy, lo dejaría sorprendido.
Era inevitable que estos cambios radicales, en apenas dos o tres generaciones, provocaran sentimientos de pérdida y desarraigo en nuestra sociedad, hablaría incluso de crisis de sentido o angustia existencial.
Sería interesante estudiar la obsesión boliviana con la “identidad” y la tradición a la luz de estas transformaciones. Así, las ideologías indigenistas (en todas sus variedades y sectas) no constituirían una forma de progreso o inclusión sino una reacción, de tinte étnico, a la transformación del campo en las últimas décadas, brutal y catastrófica en más de un sentido. Bajo la misma lógica, los diversos regionalismos departamentales, esencialmente defensivos y provincianos, serían también una forma de protegerse contra un cambio percibido como amenaza.
A título de ejemplo, mencionaría todos los discursos y reglas administrativas sobre el aprendizaje de los idiomas llamados “nativos”. Su promoción oficial, y hasta obligatoriedad de uso en la administración pública, va de la par con la disminución efectiva de su uso y difusión en el mundo real. Claramente, el mito ha alcanzado sus límites.
En términos ideológicos y políticos, la sociedad boliviana ha respondido a su rápida transformación de manera bastante conservadora, incluso reaccionaria. Y no es difícil afirmar que esas cosas están destinadas al fracaso. ¿O de verdad volveremos pronto al Tahuantinsuyo? ¿La gente aceptará la camisa de fuerza de las identidades étnicas o de los nacionalismos provincianos? No lo creo.
Con suerte, los resultados del Censo nos convencerán de que no vale la pena seguir mirando al pasado. Y si de soñar se trata, hasta podríamos imaginar nuevas maneras de comprender el país real, ese que nos hemos negado a aceptar hasta ahora. Ese será el verdadero desafío en la próxima década. ¿Existirá algún político que se atreva pensar la Bolivia actual, lejos del mito? Por el momento, sólo tenemos la esperanza.

El autor es politólogo.

ARTÍCULOS RELACIONADOS
- Advertisment -

MÁS POPULARES