domingo, junio 16, 2024
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El médico y la enfermedad

Mario Malpartida

Tanta pertinacia se aplica, que se está volviendo rutina el propósito deliberado para hacer un país desgraciado, (no es exageración) porque desde hace tiempo la sociedad está humillada, siente bronca, pero aguanta, presiente que vienen días peores y que nada puede hacer. Un cúmulo de realidades amargas cuaja en la desilusión. Es una dicha perdida, siente vergüenza de la gobernanza que tiene, vive consciente de que la riqueza que pródigamente le entregó la naturaleza se desperdicia.
A pesar de su indulgencia, se le acabó la paciencia, le han dado tanto escarmiento, no en cosa de horas o días, ha sido permanente y por años. La realidad que se vive al presente no es como el mandatario lo dice, los ministros y parlamentarios, aunque sean vehementes, son carentes de veracidad. Dan encendidos discursos, no se sabe si son creencia propia o son de mal oficio; intentan cambiar las certezas, como si fuera asunto de repetición. Manipulan las palabras, pretenden sugestionar la visión del mañana con clara intención mendaz.
La prensa publica miles de palabras diciendo de lo que se trata, unas con tonos de queja y protesta, y otras procuran contagiar esperanza. Si ellas algún entusiasmo provocan, pronto se difumina al escuchar las mentiras urdidas y la pos verdad; la esperanza se aniquila, solamente queda alguna ilusión mortecina: el impulso que obliga a cumplir la obligación de vivir, viviendo, con la impotencia de saber que nada más se puede hacer; sobrellevar, arrastrando incertidumbres porque hoy fue desesperante, pero menos que mañana.
Leer el periódico, mirar la televisión, escuchar la radio, no hay buenas noticias, la moral está disipada, menudean acusaciones y desmentidos en una de nunca acabar. Son especialistas en desordenar la verdad y generar desinformación. No se trata de sentir derrota, no, es la impotencia por no poder cambiar los hechos y hacer mejor dibujo para el futuro; intentas, pero gana la prepotencia, puedes ser detenido y preso, el «establishment» está arteramente organizado para proceder pronto; miles de voces están acalladas, reprimidas.
De pronto, brota la idea de pensar diferente (favoreciendo al poder) una alucinación, un soplo como un hechizo para sentir entusiasmo y empatizar con el gobierno, comprender que el entorno y el contexto no le son propicios, y hacer el intento de no ser oposición. Comprender la enfermedad. Para tranquilizar la conciencia se supone que en el corto plazo habrá dólares suficientes para responder a los requerimientos normales del país, se resolverá el déficit comercial, se exportará volúmenes importantes de hierro y de litio y se reordenará la institucionalidad, acabando con el manoseo del Órgano Judicial.
Sin embargo, a despecho del propósito, justo cuando empezaba el afecto, sale al paso el formato cultural de un comportamiento melindrero, el discurso retorcido modificado por conveniencia, falseando contenidos, irritando la lógica y el sentido común, ratificando que el cinismo destruye el ánimo sereno y el firme deseo de alinearse a favor del poder, que tiene malas costumbres, entre ellas salir a desmentir mintiendo, deformando realidades visibles, demostrando su reacción automática de fementida arrogancia, reiterada tantas veces que sus autores no podrán ser de otra manera, con el peligro de contagiar tal patrimonio como parte del «proceso de cambio». Construyen una sociedad de estirpe mediocre, aunque están convencidos de que merecen distinciones por su excelencia.
Uno es el problema en sí y otro la gente a cargo, dejando la sensación de que antes que resolver el problema se debe cambiar el pensamiento, y que luego se hará más fácil gestionar la solución, como cuando el médico es inepto para curar la enfermedad y sanar al enfermo, puede cambiar de medicamento. Es otra oportuna opción porque ¡el enfermo está poniéndose grave!

El autor es periodista.

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