miércoles, mayo 1, 2024
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Mi querido ¿viejo?

Ernesto González Valdés

Parto de una anécdota real, sin ficción `donde cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia’. Es la siguiente: daba clases para el nivel medio de secundaria (noveno grado o tercer año) la cual comenzaba a las 7:00 am, donde había un jovencito que era reincidente en las llegadas tardes –por 10 o 15 minutos–, generando los trastornos propios de quien interrumpe.

Por supuesto, se hubo de conversar en más de una ocasión, pero nada. No me quedaba otra que citar a sus padres a modo de colaboración y apoyo.

Para lo cual le dije al adolescente, «por favor dile a tu vieja, que venga mañana para conversar acerca de la puntualidad».

Al día siguiente, se presentó la mamá del estudiante y una vez presentados ambos, cuando comenzaba a explicarle la necesidad de…, la señora me detuvo y me respondió: «mire profesor, por lo visto usted no es de mi nacionalidad, pero… ¡más vieja será su señora madre!».

Está de más decir que hubiese querido que `la tierra me tragase’ en ese momento, pedí disculpas, le explique a la señora, pero su rostro era inamovible dada la ofensa, por tanto, lección aprendida; por lo visto mi fortaleza en cuanto al etnocentrismo (*) no era aún lo suficientemente fuerte y arrastraba el lenguaje de mis ancestros.

Por supuesto, detrás de cada error hay una enseñanza –la cual debo continuar asimilando–, y es el uso correcto del lenguaje, donde una palabra puede tener diferentes significados, como es el caso de las palabras homófonas, aquellas que se pronuncian igual, pero tienen significados diferentes, y en el caso que se escriban iguales, con significados diferentes se catalogan como homógrafas.

Retomando la anécdota, en mi cultura decir vieja es señal de cariño, aprecio, amor, halago que sea hace a una persona que, durante muchos años, muchos han estado a tu lado como madre/padre, abuela/abuelo educándote, mediante consejos, posiblemente heredados de sus progenitores o bien de sus propias experiencias de lo que es bueno y es malo, aunque nunca hayan tenido la posibilidad de asistir a la escuela.

Para otros las opciones son muchas: mi papá, mi mamá, inclusive cuando anteponen al nombre de la persona la palabra Don o Doña — vocablo de origen hispano muy usado protocolarmente que antecede al nombre de la persona y que se usa como una expresión de respeto, cortesía o distinción social–.

Tal vez la moraleja de este artículo es: `A las personas mayores, hay que quererlas’, sin importar las distancias, ni los desacuerdos, sin la búsqueda de quién tiene la razón o no, y sí están vivas, más y de no ser así, siempre mantenlas en tu corazón.

 

(*) Tendencia emocional que hace de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar los comportamientos de otros grupos, razas o sociedades.

 

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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