miércoles, mayo 8, 2024
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Contra viento y marea

El que a hierro mata, a hierro muere

Augusto Vera Riveros

No es mi caso, pero incluso para gran parte de la humanidad que dice ser cristiana, el karma es un hecho que rige nuestras vidas con resultados que tienen que ver con las acciones que uno tuvo en su vida. Buenas o malas, serán devueltas de acuerdo con lo que hicimos de cuerpo, palabra y mente, que son la causa de nuestras experiencias que son el efecto de la propia vida.
Según el maestro budista Gueshe Kelsang Gyatso, “cada acción que realizamos imprime una huella o potencial en nuestra mente, muy sutil que, con el tiempo, produce su correspondiente resultado, porque nuestra mente es comparable a un campo de siembra, y las acciones que realizamos, a las semillas que en él son plantadas. Las acciones virtuosas siembran las semillas de nuestra felicidad futura, y las perjudiciales, las de nuestro sufrimiento”.
Y entonces, de esa visión enteramente metafísica —que es propia de ciertas religiones orientales— lo objetivo es que en esta vida parece ser una verdad contra la que no se puede transigir, que las conductas reñidas con la moral o las que tienen que ver más bien con la justicia, se reproducen ineluctablemente en uno mismo.
La anterior introducción viene a cuento de las insolentes declaraciones de ese gran egoísta como es Evo Morales, que condenan las arbitrariedades que en su contra, según él, están cometiéndose por el gobierno de su exdiscípulo.
Durante el ignominioso mandato que encabezó por casi quince años, rodeado de púas como los erizos para evitar que se desenmascarase el engaño con que nos tuvo y que para él fue siempre un placer, nunca estuvo consciente de que las mentiras tienen piernecillas cortas, que se quedan por el camino, retrasadas, como los métodos abiertamente contrarios a los principios de la democracia que no escatimó en utilizar, como cuando, en innumerables veces acarreaba gente de un departamento a otro, según su conveniencia, para incrementar votos a su favor, u obligaba a todos los servidores públicos a que asistieran a concentraciones y proclamaciones, con el solo objetivo de aparentar un apoyo que no tenía.
Con una justicia a sus pies y un organismo electoral a su medida, logró inhabilitar la candidatura de más de un opositor en elecciones subnacionales, burló los mandatos constitucionales que restringen la posibilidad ilimitada de candidatear a la Presidencia, en una de las acciones más antidemocráticas de que se tenga memoria, e hizo caso omiso a la voluntad popular que, mediante el instituto constitucional del Referendo, le negó su postulación. Sin escrúpulo ni rubor político, hizo declarar a su antojo el derecho humano que, por su ambición por el poder, tenía —según él— para acceder a la presidencia, contra todo razonamiento jurídico y aspiración ciudadana de una remoción de lo que hasta entonces había sido un gobierno emparentado con niveles astronómicos de corrupción.
Hay que carecer de sangre en la cara para reclamar airadamente que las opciones electorales deben dilucidarse a través de la confrontación en las urnas, sin miedo a los resultados. ¿Acaso no recuerda de las inhabilitaciones forzadas contra Ernesto Suárez o Rebeca Delgado? ¿Ya se le escapó de la memoria que los vergonzosos métodos de los primeros mandatos del Movimiento Nacionalista Revolucionario, que dieron magistrales lecciones de fraude electoral, fueron replicados a pie juntillas por el Movimiento al Socialismo? ¿Por qué hoy es tan censurable la persecución que Evo Morales dice sufrir su militancia, por parte de la fracción arcista, si ese fue el método infalible que aplicó contra sus detractores durante casi tres lustros?
En fin, llámese como se llame, pero en Evo Morales se está cumpliendo el viejo adagio aplicable a cuando la vida pone a alguien en situación equivalente, pero a la inversa, y como la sabiduría popular entiende el principio de reciprocidad o de causa y efecto: “Perro que con lobos mata, lobos lo matan”. Así de simple.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

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