domingo, mayo 19, 2024
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Argentina: como para no entenderla

Comencé el día pensando en las ya incontables elecciones en que participé en mi país, porque después de todo acá, en Buenos Aires, donde escribo estas líneas, fui solo su mero espectador. La mañana estaba brumosa, así que la frescura del clima nos indujo —a mi hijo y a mí— a hacer nuestro habitual trote, como los que solemos hacer en la única pista con que nuestra ciudad cuenta, la de Aranjuez. Con decisión, y no sin antes preparar nuestros músculos con una calistenia que, sobre todo a mi edad, es ritual casi religioso antes de exigirlos como lo hago, recorrimos las envidiables avenidas porteñas.

A medida que ganábamos metros, trataba de ver algún colegio electoral y a los ciudadanos para emitir su voto. La verdad es que, haciendo comparaciones, se me vino a la memoria el asiento donde yo voto desde hace muchos años y los alrededores de casi todos los que existen por lo menos en la ciudad de La Paz, en los que hay un aire festivo con la esperanza de que —y sin importar las visiones, siempre contradictorias de los votantes lo cual me parece estupendo— las cosas mejoren para el país. Nada de eso sucedió acá en la Argentina. Creo que la naturaleza de un gran porcentaje de la población de ascendencia europea, el desencanto de una tendencia de gobierno que ya tiene veinte años, luego, la desconfianza en su sistema electoral y el prebendalismo del oficialismo que antecedió a los comicios, por último, terminaron con mis expectativas. Entonces nos redujimos a acelerar la marcha para de reojo ver la frialdad con que los argentinos depositaban su voto. Después de todo, no sé si por la incontrolable inflación que azota a este país u otra razón, las multas a quienes incumplen la obligación cívica suponen montos ridículos que incluso los más golpeados por la crisis podrían pagarlas sin dificultad.

Por iniciativa de mi hijo, hice un extraordinario esfuerzo físico, para llegar hasta el barrio de Palermo. Él, favorecido por su juventud, lo hizo sin problemas, aunque fingiendo cierto agobio para no avivar en mí el pesar que suele ocasionar el inexorable paso de los años. Pero mi desgaste físico era indisimulable. Todavía jadeantes, pudimos comprobar que la frecuencia de votantes era aún más distendida, y procurando pegar los oídos a las conversaciones de grupitos familiares que se acomodaban en las inmediaciones, nos convencimos de que muchos hubieran preferido quedarse en casa. Y la prueba es que, desde el restablecimiento de la democracia, porcentualmente la asistencia a las urnas fue la más baja de los últimos cuarenta años.

Decidimos buscar una plaza que nos permitiera comentar todo lo que hasta entonces habíamos constatado. Llegamos a un prado, bordeado por flores y un área especial para gimnastas que ocupaba dos veces la superficie de la plaza Villarroel de nuestra La Paz, de modo que el verde pasto nos sirvió de tapiz para algunos movimientos que no resintieran mi ya no tan confiable esqueleto e intercambiar pareceres con quien tiene una visión más fresca de las cosas de la política y los comportamientos sociológicos, según el contexto. Cansados, en el camino nos introdujimos en uno de los tantos cafés que existen. Una taza de leche y dos medialunas por cada uno saciaron nuestra hambre. Como para mí la larga travesía había sido ya suficiente, abordamos el metro (que acá llaman Subte) para aproximarnos a nuestro hospedaje. Acá el día de elecciones es como cualquier domingo, con excepción del transporte público que, además de no interrumpirse, es gratuito.

Pero este país, tan favorecido por la naturaleza, y esta ciudad por sus preciosas avenidas, sus espectaculares cafés y su imponente arquitectura, desafortunadamente va en contra ruta en cuestiones de los desafíos que el Siglo XXI plantea al mundo. La capacidad de comprender para la mayoría de los argentinos parece haberse diluido cuando a tiempo de elegir a sus gobernantes se trata. Por una parte, votan por el candidato que agravó la crisis financiera hasta grados insostenibles, como lo hizo el actual ministro de Economía; pero sus detractores no confían en el candidato más opositor. Reafirmo por tanto mi preferencia por éste respecto a Massa. Pero de darse una victoria del primero en segunda vuelta, tendrá que renunciar a algunos de los postulados programáticos ofrecidos en campaña en nombre del liberalismo que dice profesar. Pues si no se adecua a lo que esta corriente ideológica sostiene (es decir, la flexibilidad que es su característica), poco bueno se puede esperar de él. Me quedo con la expresión de un hombre con el que platiqué unos minutos en el tren subterráneo. Visiblemente dolido por la situación de su país, me confesó que, pese a su desconfianza en Milei, votó por él, de quien dijo no saber si lo haría bien en su eventual gobierno, pero lo hizo porque lo que sí sabía, era lo que hicieron los oficialistas en los veinte años anteriores.

 

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

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