Durante el pasado año la nación esperaba que los partidos políticos ajustarían su conducta a comportamientos constructivos. Pero se ha observado que las pugnas, diferencias, odios y distancias separan o aíslan del país a las agrupaciones políticas porque cada una da muestras de que los intereses nacionales “sean resorte solo de quien está en goce del poder”. Posición equivocada porque, en el sentir de la población, todos estamos obligados a aportar soluciones para las dificultades por las que atraviese el Estado.
Queda la impresión de que una vez que un partido asume el gobierno nacional sería para recibirlo en “propiedad” y no solamente para administrar y velar por los intereses y conveniencias del país, al margen de problemas ideológicos o interpretaciones de la realidad. En cada país se deposita la confianza de la población en quienes han sido elegidos para gobernar en provecho de todos, no de intereses particulares, por lo que debe prevalecer el servicio a la nación.
Es urgente que se entienda que los que llegan al poder (jefes y militancia) son servidores del país y no deberían pensar equivocadamente que primero están las determinaciones partidarias (como ocurre con el MAS actualmente).
Para mayor claridad, el Presidente de la República pertenece a las filas partidistas del MAS y, según las conveniencias del momento, puede designar a ministros o máximos colaboradores, tomando o no la palabra decisoria final. Lo complicado del problema es que los partidos en funciones de gobierno se han acostumbrado a que, de todos modos, altos funcionarios deben ser militantes, lo que no debe ser así, puesto que para delicadas funciones se requiere gente con la debida preparación, sea o no del oficialismo, para ocuparse de las labores más importantes, juntamente con el Presidente. Los partidos consideran que el país debe ser considerado “legado que se recibe con el gobierno”, posición errada que atenta contra principios éticos y de independencia y libertad absoluta de cada poder.