Aunque parezca muy simple y rudimentario decirlo, hay urgencia de fortalecer el entendimiento de que, siendo país muy pobre, estamos doblemente obligados a evitar que la inflación haga estragos graves en nuestra economía. Hace muchos años, en una clase de Economía se dijo: “Nuestra debilidad financiera puede y debe ser fortaleza de nuestra economía”.
Aunque parezca contradictorio, hay valores y condiciones en los pueblos pobres que les permiten afrontar con éxito los momentos críticos, porque esa debilidad resulta ser un soporte para aguantar la carga que parece muy pesada. Cada hombre, cuando está revestido de coraje, puede enfrentar problemas y encontrar soluciones, hecho que no siempre ocurre con quien tiene medios y formas fáciles para resolver las dificultades de su vida.
Es evidente que el diario existir muestra caminos de fortalecimiento, como, por ejemplo, evitar compras que no sean de urgencia, para impedir alzas de precios por decisión de cada nuevo vendedor: así, cada uno busca su parte y quien compra acepta los precios que le son impuestos. En cuanto a la contraparte, el que no tiene suficiente para comprar, se resigna y guarda su dinero.
Cada persona, en la medida de lo que tiene, puede evitar hacer gastos que solo ayudan a una mayor inflación. Así, cada pobre encara su vida con poco, encuentra contento y evita compras que podrían acelerar la inflación. Importa mucho recordar que toda nueva compra –por mayor o menor– da lugar a que el vendedor exige más producción que podría satisfacer las exigencias de su potencial cliente que, a su vez, ayuda a formar una cadena que implica gastos y da lugar a contar con más utilidades. El resultado es que con esta “carrera de precios” se eleva la inflación.