miércoles, mayo 15, 2024
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Actitud fundamental del voluntario

Para un auténtico voluntariado social, son precisos una formación y un aprendizaje en la sensibilidad, en el respeto y en la aceptación del otro, tal como es y sin pretender cambiarlo. Nosotros nada vamos a enseñar ni a cambiar a nadie, sino a ayudar a transformar a quien lo desee, desde su propia realidad en la maduración de sus señas de identidad.
Los que vivimos a pie de obra sabemos que para que un voluntario se forme, para poder enviar recursos, realizar estudios, mantener correspondencia, controlar los proyectos, etc., se necesita dinero. Y no importa la edad ni la salud que tenga el que se “conmueve” ante tanto dolor e injusticia para que no pueda aportar su contribución regularmente.
En España hay centenares de miles de personas que se están formando como voluntarios sociales y las organizaciones que los preparan necesitan medios económicos para hacerlo. Lamentarse, criticar y no cooperar no es coherente.
Aceptamos el término “curar” desde su significado más auténtico: “cuidar”, que conlleva “consolar”, “acompañar”, “simpatizar”, “empatizar”, “compadecer”, “compartir”, “vivir-con”. De ahí “compañero-copain”: el que comparte el pan.
Saber al otro no solo como “alteridad” sino como “reciprocidad”, que supera la tolerancia. Porque ésta entraña una acepción de personas y un “prejuicio” al partir de un supuesto que invalida y contamina toda la acción: el imaginarse en posesión de la verdad. Como si la Verdad pudiera poseerla alguien o tenerla en propiedad: persona, grupo o institución.
Esta actitud es un activo irrenunciable ante tanto reduccionismo, fanatismo, fundamentalismo, falso espiritualismo, antropocentrismo, con un alienante “perfeccionismo” que tiene mucho de cátaro, de calvinista y de pelagiano. Nadie es más que nadie. Por lo tanto, se trata de ser consecuentes y adaptarnos a la realidad. Solo un necio, el que no sabe, calificaría esta actitud como sincretismo, relativismo, materialismo o panteísmo.
Solo una actitud contemplativa, brotada del silencio, puede fundamentar y dar sentido a un vivir coherente. Si el ser humano ha nacido para ser feliz, la felicidad no puede ser separada de sus raíces: ser uno mismo en plenitud y en libertad, aunque las circunstancias nos encadenen, nos enreden, nos zahieran o nos hieran. La libertad es consustancial a la persona, aunque como individuo pueda padecer las mayores limitaciones efecto de las culturas, de las tradiciones, de las circunstancias, y siempre de los abusos de poder. De ahí que la paz sea fruto de la justicia y la felicidad tenga aroma de serenidad, de sosiego y de radical alegría en un ser que asume su condición y dice: “Está bien así. Yo sé quien soy”.

El autor es Profesor Emérito UCM.

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