Si en cualquier sociedad pensante, pero ante todo mínimamente civilizada, se condena el machismo —condena a la que me adscribo innegociablemente—, no veo por qué en ciertos estamentos deba alentarse y, dentro del círculo de sus seguidores, consentirse que los movimientos feministas concebidos de su original y verdadera acepción estén siendo rebasados por corrientes “hembristas” (el uso de las comillas en el curioso término obedece a la inexistencia del mismo en el repertorio de vocablos autorizados por la Real Academia Española) difundidas ante una presencia cada vez más notoria en América Latina.
La explosión que han significado las redes sociales como gran ventanal para expresar los diferentes puntos de vista y el discurso feminista —contra el que tampoco nadie que viva en su esencia el Siglo XXI tendría que sentirse ofendido siempre y cuando se encuadre en el concepto correcto que ha dado lugar a su reconocimiento social— han adquirido en las últimas décadas características de misandria (odio hacia los hombres).
El tenebroso escenario criminal de nuestras grandes ciudades, que, pese a quien pese, es una sociedad violenta con incontables casos de feminicidio, vejámenes a niñas y otros abominables delitos contra las mujeres, casi siempre consumados por varones machistas y socialmente peligrosos, no puede justificar en modo alguno que ciertos colectivos autodenominados feministas adopten un discurso subliminal de odio por los hombres, y no únicamente por la conducta monstruosa en algunos casos cometidos por los del “sexo fuerte” o en otros por un machismo tradicional, sino por una equivocado pensamiento de que la mujer es superior y cuyo fin es la exclusión o al menos la restricción solapada de los derechos de los hombres. En los hechos, entre las mujeres que han rebasado los límites del feminismo, existe un acelerado adoctrinamiento muy parecido al sexismo antimasculino.
Hoy los nuevos canales de expresión —como Facebook— dan la oportunidad casi siempre impune de expresar lo que a uno se le antoje. Los perfiles falsos, por ejemplo, dan esa posibilidad y, entonces, sumados a los grafitis, nos muestran una señal de que, en países como México, Colombia, Perú y Bolivia, donde el machismo asesino es escalofriante, se está implantando un hembrismo odiador que es la exacerbación del feminismo reivindicador de derechos.
La misandria es la antítesis de la misoginia. Y esa conducta de ciertas mujeres empeñadas en propagar y convencer de que ellas tienen una supremacía intelectual sobre los hombres es lo que de manera sostenida está logrando posicionar la idea de que el matriarcado sería una opción ideal para vivir en comunidad. Nada más falso y atentatorio a la construcción de una sociedad justa. Pues desde la perspectiva del feminismo, que es un movimiento orientado al reconocimiento de sus derechos, la actitud extralimitada de convertirlo en un hembrismo como contrapeso al machismo que no pasa de ser una conducta antediluviana que a ellos les hace creer ser superiores por naturaleza a las mujeres, es una negación de la igualdad de género.
En conclusión, aunque caminan en un mismo sentido, el hembrismo es contrariamente opuesto al machismo. Y eso es una mala noticia porque ya no es raro leer o escuchar que las mujeres deben ocupar espacios de poder o en otros ámbitos de decisión, pero eso no es feminismo, a eso se le llama hembrismo porque implícitamente hay una prepotencia y discriminación contra el varón por una razón biológica. Hay un sexismo que resiente los indiscutibles derechos de las mujeres que tienen de acceder a cuanto sitial le corresponda a cualquier humano en la sociedad, mas no por su sexo, sino por su capacidad que debe ser medida en igualdad de condiciones respecto a los hombres.
Total, vivimos en una sociedad inescrupulosamente machista, peligrosamente hembrista, y, por ambas razones, tremendamente violenta e intolerante.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.