sábado, mayo 4, 2024
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Barreras de la mente

Las Organizaciones humanitarias que trabajan con discapacitados ayudan en la integración social y laboral de estas personas. No sólo luchan contra las barreras físicas y psicológicas que dificultan su movilidad y aceptación social, sino desarrollando la propia autoestima y haciéndoles comprender que su puesto en la sociedad no puede ser ocupado por nadie.
Recoger a un paralítico cerebral en su domicilio, llevarlo a sus clases y al final de la mañana o de la tarde devolverlo a su casa, no es bastante a pesar de la hermosa tarea y del esfuerzo que supone para el voluntario. Se requiere conocer más datos: discapacitación, grado de autonomía y cooperación, sus necesidades académicas y sociales.
Hay que desarrollar la calidad humana del voluntario social, entrenarlo en la habilidad para manejar a los diversos tipos de discapacitados, fomentar su paciencia y hacerle comprender que la constancia es un elemento indispensable en cualquier servicio de voluntariado, pero sobre todo en éste del que dependen personas que no viven en un centro especializado, sino que nos aguardan cada mañana en el portal de sus casas y no podemos fallarles. Hay que enseñarles también a saber decir no ante caprichos o depresiones que suelen surgir para tratarlos como a seres normales que son, pero discapacitados. Hay que huir de la “piedad peligrosa” para no hacerles concebir esperanzas imposibles que los frustrarían.
Los voluntarios sociales que visitan hospitales psiquiátricos y centros que acogen a disminuidos psíquicos profundos se dan cuenta de que los pacientes son mucho más receptivos y sensibles de lo que pensamos. No pueden adoptar la necesaria distancia terapéutica de los profesionales. Son “instrumentos desafinados”, y es preciso tratarlos con mimo, habilidad y paciencia. Y con mucha ternura siempre.
Un discapacitado psíquico supone una alteración en el orden habitual, pero no por eso deja de tener sus modos de expresión y de comunicación. Aunque no funcionen las reglas de la lógica que configuran el pensar racional, podemos servirnos del inefable camino del corazón. La intuición supera los condicionamientos de la razón. En cierto sentido, es un atajo. Esta es la actitud básica y el estado de ánimo que deben presidir nuestra relación con estos enfermos. Tenemos que adaptarnos a su peculiar dimensión del tiempo. Levantarlos, acompañarlos a la ducha, bañarlos con toda la paciencia y alegría del agua tibia con el champú espumoso. Secarlos con suavidad, ayudarlos a vestirse, según la necesidad de cada uno. No pretender quemar etapas. No hay prisas. Si hay algo que no falta en esos centros es el tiempo, esa hoguera en la que nos consumimos. Cada gesto, cada paso es como si formara parte de un rito y no debemos alterarlo. Dejémonos llevar por una suavidad ordenada no exenta de firmeza cuando sea necesario. (Continuará).

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