domingo, abril 28, 2024
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Ampliando las fronteras de la profesión docente

No cabe duda de que la profesión docente se encuentra en el centro del debate político educativo. Se asume el mantra, presente en el documento de debate del Ministerio de Educación para la mejora de la profesión docente, que ningún sistema educativo será mejor que su profesorado. Desde mi punto de vista, una cosa es asumir la importancia de su papel en la calidad de los sistemas educativos y otra es situarle por encima de cualquier otra responsabilidad. Así considerado, se quedan fuera de foco cuestiones como las condiciones de trabajo, los modelos organizativos, los presupuestos educativos, los desbarajustes de las políticas educativas, etc. De este modo es fácil colocar al docente en el centro de la diana. Para bien o para mal. Un docente comprometido, sin duda, hará un buen trabajo allá donde esté. Pero si además de buen docente, el contexto escolar también es el mejor posible, sin duda su actuación será mucho mejor.

EL MODELO DE “BUEN DOCENTE”
En la mentalidad buro-tecnocrática del legislador, en estos tiempos de neoliberalismo, la tentación es clara: diseñar el tipo de docente que mejor se acomode a este escenario. Elaborar un catálogo de competencias profesionales cumpliría claramente este objetivo. Supone llevar al mismo aquellas funciones que desarrollan el modelo que se entiende más eficaz. Podemos hablar de una especie de Prometeo tipo Frankenstein, elaborado con competencias, a modo de piezas de mecano.
Una primera mirada a este modelo me lleva a pensar en una responsabilidad individual: cada sujeto docente debe incorporar en su desarrollo el conjunto de piezas que componen su diseño. Se pone a funcionar la máquina de fabricar docentes, y obtenemos un cuerpo profesional homogéneo, compuesto de individuos multicopiados, cada uno de ellos capaz de funcionar de forma completa.
Se consolida así, el ideal del racionalismo liberal individualista, que aboga por una aplicación técnica de supuestos principios científicos. El resultado es el desarrollo de una ética individualista de la profesión: Cada docente es plenamente responsable de la educación de su alumnado, tanto en su éxito como en su fracaso. Este planteamiento “competencial”, así pensado, vuelca en cada docente el conjunto de competencias que cada una y cada uno debe adquirir y desarrollar.

PARA QUE NADA CAMBIE
Una consecuencia es clara; se reduce de forma radical la aplicación de fórmulas de evaluación del sistema: evaluado el docente, muerta la rabia (me permito esta licencia refranera tuneada). Pero también, entiendo que supone reproducir una práctica de la profesión centrada en el modelo convencional: docente frente a grupo de estudiantes, en un orden segmentado por cursos, niveles, asignaturas y especialidades. Es difícil no pensar en que el legislador tiene este pensamiento cuando se preocupa por acotar el trabajo docente de este modo. Pensar en un ejercicio más abierto de la profesión obligaría a complejizar de tal manera este catálogo que claramente lo haría inviable.
De esta forma, entiendo que apostar por una propuesta de este tipo, por competencias, apunta a sostener y reproducir este modelo educativo. Si la apuesta es por un cambio profundo del sistema escolar acorde con un proyecto de transformación social, crítico y emancipador, el modelo profesional necesita otra orientación. (Continuará).

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