Han transcurrido 70 años desde aquel 9 de abril de 1952, cuando el pueblo de la ciudad de La Paz se levantó en armas y derrocó en las calles a nueve unidades militares que habían sido movilizadas por el Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Torres Ortiz. Horas después también el pueblo de Oruro se insurreccionó. El MNR, que un año antes había ganado las elecciones generales y no se le entregó el poder, había comprometido al entonces ministro de Gobierno, Gral. Seleme Vargas, de la Junta Militar de Gobierno, para tomar del poder, de tal suerte que un golpe se convirtió en una revolución.
Los antecedentes de este hecho histórico arrancan de la Guerra del Chaco, en la que, en medio de combates, se vislumbró la necesidad de construir el Estado Nación boliviano, pues en las trincheras los combatientes bolivianos hablaban varios idiomas, y los indígenas reclutados no tenían noción de patria, para ellos su patria era su ayllu.
Fueron precisamente las ideas del nacionalismo que confluyeron con las del cambio revolucionario, que motorizaron el proceso denominado de la Revolución Nacional, que transformó las estructuras del Estado boliviano. Ya antes, en 1943, el MNR fundado dos años antes, hizo gobierno con los oficiales jóvenes de RADEPA en el gobierno de Gualberto Villarroel, en el que fueron tomadas algunas medidas de carácter social. Pero el comunismo de entonces, encarnado en el PIR y los intereses de la plutocracia minera, asesinaron a Villarroel, pero el pueblo seis años más tarde por las armas reivindicó la revolución nacionalista.
Si bien en 1825 se produjo la revolución independentista que, de una colonia del reino de España, nos transformó en una República independiente, la Revolución Nacional cambió profundamente las estructuras de un Estado feudal atrasado, en una República moderna, con el objetivo de ser auto suficiente y auto sostenida.
Precisamente las medidas de la Revolución fueron enfocadas al cambio, comenzando por la liberación de su condición de siervos de la gleba a la entonces mayoría de la población, los indígenas aymaras, quechuas y de todos los grupos sociales, dándoles la calidad de ciudadanos con igualdad de derechos y obligaciones. Con la Nacionalización de las minas –que eran propiedad de tres grandes magnates, llamados los “barones del estaño” — pasaron a propiedad del Estado. La Reforma Agraria dotó de tierras en propiedad a los campesinos, siendo está, después de la mexicana, una de las pioneras en reordenar el problema de la tierra. La Reforma Educativa abrió las puertas de la educación para todos, y cuyo más importante resultado ha sido la “castellanización” de los indígenas, que les ha permitido desenvolverse en su relación en la sociedad boliviana.
Otra medida de la revolución fue la poderosa organización sindical que cogobernó con el MNR en casi todo el proceso, pero luego ese sindicalismo cayó bajo la influencia de dirigentes comunistas, que como en 1946, se aliaron a las corrientes contrarevolucionarias para echar del poder al MNR, con el golpe militar de noviembre de 1964.
Ha pasado ya tiempo suficiente para que el juicio de la historia, desprovisto de apasionamiento, pronuncie su sentencia sobre la Revolución Nacional, y ésta, considerando las luces y sombras de ese proceso, ha dado su veredicto, pues la Revolución sigue vigente en sus medidas y poco se ha hecho para modificarlas, y aun los populistas de cuño socialista que pretenden desconocer este importante hecho histórico, no han hecho algo que ya antes no se hubiera realizado.
En nuestra historia, siguiendo los parámetros que da la Ciencia Política sobre la revolución, como las leyes de toda revolución del profesor de Harvard Crane Brinton, en su “Anatomía de la Revolución”, ha habido solo dos, la de 1825 y la de 1952, las demás fueron simples cambios de gobierno o fantasiosas revoluciones que nada han cambiado.
El autor es Abogado, Politólogo, escritor y docente universitario.