domingo, mayo 5, 2024
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En defensa de la historia y de don Guillermo Urquidi

Manifiesto el ánimo de mantener la verdad como principio de mis actos, que ha estado ausente del debate sobre el Museo de Historia Natural Guillermo Urquidi, en Cochabamba. Lo hago a fin de restituir la verdad histórica sobre las enormidades y las falacias que ha proferido estos días un grupo particular de activistas políticos, con un estado de ánimo completamente sustraído de la realidad.
Esos activistas, de alguna injustificable manera autonombrados “intelectuales”, “científicos” y “académicos”, han perpetrado la más clásica de las imposturas del detestable “evismo” o “jefismo”, de vertiente garcialinerista: alterar la realidad por la vía de la manipulación emocional y de las medias verdades, contadas entre diminutivos y voces sollozantes a cámaras y micrófonos que deben perseguir los hechos y no dejarse distraer por la teatralidad.
Solo se esgrime mitologías sobre leyes patrimoniales que nunca hicieron al predio que la Municipalidad le dejó ocupar a la Fundación Céspedes, en tanto el recinto original y final del museo Urquidi –en el Jardín Botánico– era preparado para la instalación de la colección museística que la Fundación se comprometió a donar en el mismo convenio que le abrió al Sr. Céspedes las puertas de la casa Haas, de donde al parecer no piensa salir más, sin mayor derecho a retener ese ambiente, que la capacidad de violencia del exviceministro y malhechor de los derechos humanos, Nelson Cox.
Pero, la verdad sea dicha, el único Museo de Historia Natural que Cochabamba ha tenido es el museo Guillermo Urquidi, nominado así por la Ordenanza Municipal Nº 1324/93, de 21 de diciembre de 1993, que es el último antecedente jurídico y el último registro documental que existe sobre la personalidad jurídica del museo.
Con ese nombre se lo entregó el alcalde Reyes Villa a cuidado de la Fundación para Ciencias y con ese nombre permanece en los registros públicos, más allá de la malsana e ingenua intención de algunos desafortunados que creyeron que renombrándolo entre gallos y medianoche y poniendo una placa con un nombre adulterado, ya lo habían convertido en una institución diferente, de la que podían disponer a capricho, para lucrar con ella a título personal y hasta para residir ahí.
Después de ese documento histórico, que pronto la alcaldía trasladará para su exposición permanente en el Salón del Honorable Concejo Municipal, no existe otro posterior que haya modificado, cambiado o ajustado legalmente la razón social de nuestro Museo de Historia Natural. Ni la Resolución Municipal #2128 que instruye el traslado temporal de la colección a la casa Haas, ni menos aún el Convenio Interinstitucional de 1997 pusieron en momento alguno en entredicho la razón social del museo Urquidi.
Don Franz Tamayo –otro notable boliviano que el seudo intelectualismo detrás del despojo del museo Urquidi de seguro también querrá olvidar– nombró bovarismo social a esa patología de la que adolecen ciertas elites criollas enjuagadas, que gustaban cambiar el nombre aimara a sus abuelas, por uno de corte francés y cortarles las trenzas para ocultar su origen. Hay una elite detestable que se ha escondido detrás de un oenegismo de marras, que fue capaz de obviar el legado del primer naturalista cochabambino, fundador del museo público, para intentar rebautizarlo con un nombre de seguro más atractivo para quienes desde Europa financiaron alguna consultoría de la que no tuvo crédito alguno la universidad.
El Museo de Historia Natural de la municipalidad de Cochabamba se ha convertido, a fuerza de la irrupción en el tema de una facción marginal, pero virulenta del MAS, en el nuevo escenario de desestabilización de una gestión municipal que habiendo recibido una institución casi en ruinas, la condujo fuera de la pandemia y la reencaminó en la ruta del desarrollo, y todo en menos de un año que concluyó con su autoridad ejecutiva con un histórico 75 % de respaldo de la opinión pública a su gestión.

El autor es Abogado, Asesor y Portavoz de la Alcaldía de Cochabamba.

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