jueves, mayo 2, 2024
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La violencia de un cívico

No puede haber duda de que la tricolor rojo, amarillo y verde es la bandera que identifica al Estado. No hay otra y sería un despropósito que otras, en virtud de alguna ley, alcancen esa categoría. Pero también está claro, aunque se lo hizo con un criterio estrictamente político, que la wiphala es un símbolo patrio, exactamente igual que las flores de la kantuta y del patujú. De modo que éstos últimos que en rigor tienen representatividad regional, la carta fundamental los hizo símbolos nacionales. Populismo tóxico; pero así debemos, constitucionalmente, reconocerlos.
Por eso resultan ociosos los wiphalasos y cualquier manifestación de desagravio de símbolos que difícilmente serán reconocidos en la psicología social de dos contextos geográficos, que no se sienten representados por una y por otra respectivamente, como para aceptar a la wiphala o a la flor del patujú su condición de símbolos nacionales.
Pero de ahí, al comportamiento iracundo y peligrosamente racista de Rómulo Calvo, hay una buena distancia. Responder el discurso incendiario del Movimiento Al Socialismo, con términos tan o aún más divisionistas, es inaceptable desde cualquier punto de vista. El Presidente del Comité Cívico de Santa Cruz tiene otras funciones que nada tienen que ver con la política, pero no vamos a cuestionar que –como lo hizo en su momento Luis Fernando Camacho- en atención a su liderazgo, tiene el derecho como persona natural, de involucrarse en los asuntos que hacen a la vida política del país, haciendo sentir su voz, su denuncia, desacuerdo y disidencia con un gobierno que persigue a los opositores, siempre que guarde las formas, por lo menos las más primarias, de educación y tino político para referirse a las razas y migraciones de quienes también hicieron de la próspera Santa Cruz, el departamento con mejores índices económicos del país.
Aunque el mestizaje predomina, Bolivia es un país multiétnico y absolutamente con los mismos derechos y obligaciones para todos, de manera tal, que un pacawara puede vivir y trabajar sin ninguna desventaja jurídica en las áridas tierras del altiplano, como un aimara en las zafras arroceras de oriente. Y así, Rómulo Calvo no es merecedor del mandato que ejerce, porque la composición poblacional de Santa Cruz, está compartida con miles de bolivianos no nacidos allá y que contribuyen decisivamente a su desarrollo. Enhorabuena.
Por tanto, si Calvo, de acento procaz, cree que un migrante de tierras altas a ese departamento debe agradecer la hospitalidad que se le brinda, también tiene la deuda moral de agradecer la destreza de las manos o su capital, importante en muchos casos, que los no oriundos de Santa Cruz, ponen al servicio de una pujanza incontenible que hizo florecer la tierra camba.
No quiero creer que Rómulo Calvo sea de quienes pretenden separar Santa Cruz del resto de Bolivia, porque esas intenciones no están fuera de las aspiraciones de algunos sectores recalcitrantes de aquella tierra oriental; pero la política ha llegado a niveles degradantes, y el separatismo étnico entre cambas y collas alentado por muchos años por un gobierno que desconoce la virtud en el ejercicio de la política, hizo de ella una actividad repugnante, dando alas a que incluso algunos sectores ultranacionalistas del fascismo lleguen a niveles como los que hoy sufrimos, con una polarización ideológica, lo cual no sería para lamentar, a no ser por la vocación discriminatoria insanable en el futuro inmediato.
En un país castigado por problemas endémicos a los que se suman los resultantes de una administración mala, hombres como Rómulo Calvo, no pueden tener cabida en un sistema democrático.
Señor Presidente del Comité Cívico, morigere su carácter, que no lo hace valiente, lo hace antipático. No sea cómplice del sectarismo que impera en el país y no copie la ya odiosa expresión de que fue “sacado de contexto” que los personeros del gobierno y algunos opositores han institucionalizado cada vez que dicen una estupidez.

Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.

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