viernes, mayo 3, 2024
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Discusiones bizantinas

Puse bizantinas en vez de estúpidas para que el título no suene tan malcriado.
En el Siglo XV, en el Imperio bizantino se dieron muy sesudas discusiones teológicas en las que se debatía, entre otras cosas, el sexo de los ángeles, la unidad de la Trinidad o la coeternidad del Hijo con el Padre. Como podrá deducirse por el tipo de temas que eran tratados, a veces las disputas terminaban en puntos muertos. Pero las libraban eruditos que, aparte de ser muy cultos, eran unos maestros en el arte de la oratoria. De ahí viene la frase discusiones bizantinas cuando se hace referencia a las polémicas o muy largas por su profundidad conceptual, o directamente muy tontas.
En los Parlamentos compuestos por gente culta también se dieron cosas similares. En Bolivia, por ejemplo, hubo ciertos momentos en que el debate terminó siendo vano por ser —gran paradoja— muy erudito. En 1922, el diputado Franz Tamayo, evocando la batalla de Fontenoy, interpeló durante varios días al ministro de Relaciones Exteriores, Ricardo Jaimes Freyre, por la cuestión marítima; fue un duelo político de leones que, por su profundidad teórica, nunca halló un fin claro.
Pero también hay controversias que son interminables y nada suman, pero no por su profundidad, sino más bien por su estulticia. Y no solo terminan en nada o no suman: más bien restan. Una de ellas es la que se dio por la wiphala. Hace unos meses ya hubo algo similar, pero por la cruz andina en vez del escudo de armas en la papelería oficial del Estado y algunas ceremonias oficiales. Ambas controversias denotan mentalidades conservadoras, arcaicas, vinculadas no con el patriotismo, sino con el patrioterismo. Este tipo de mentalidades, propias del nacionalismo que alimentó el MNR del 52, son contrarias a la mente abierta, la opinión pública crítica y despierta y la convivencia civilizada. Lo triste de esta situación es que son los mismos políticos, periodistas y algunos líderes de opinión los que caen en la polémica de tan trivial asunto, sin notar que cayendo en ella hacen un terrible daño a las masas.
Hace unos días, en mis clases de la universidad, di de tarea a mis alumnos leer Pueblo enfermo y Creación de la pedagogía nacional, de Arguedas y Tamayo, respectivamente. Buen chasco me llevé cuando caí en la cuenta de que ninguno sabía quiénes eran los mencionados autores bolivianos, y menos habían escuchado alguna vez los títulos de sus obras. Ni de oídas. Entonces me pregunté: ¿no se debería estar debatiendo seria y profundamente sobre el modelo educativo en el Parlamento y en los medios de comunicación? ¿No está el sistema de salud tan mal como para que sea un pecado enfrascarse en debates pueriles que, como dije, no solo son inservibles, sino que hacen daño a las mentalidades colectivas? ¿No está la justicia tan podrida como para no poder permitirnos el lujo de polemizar sobre alhajas, banderas, escudos y otros oropeles que hacen la simbología del país? ¿No está el sistema de salud tan ruinoso como para tener que evadir cualquier frivolidad como la de las banderas y el escudo de armas? ¿Y no está, en fin, tan dividido y enfrentado este país como para que cualquier disputa como ésta sea ya la coronación de la tontería?
No creo en las teorías conspirativas ni en las cortinas de humo que, según algunos, los políticos maquinan cautelosa y cerebralmente. Estos sucesos, como el de la wiphala, son menos una conspiración maquiavélica que una serie de meteduras de pata debidas a la ignorancia, la arrogancia, la falta de claridad en el pensamiento, la carencia de imaginación y la falta de voluntad de escuchar.
Los intelectuales y políticos deberían tratar de redirigir la mirada de las masas, deberían tratar de redirigir el debate. O, por lo menos, no caer en la tontería del mismo.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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