viernes, mayo 3, 2024
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Acabaron sus días tristemente

Conocimos, en la actividad periodística, a prominentes políticos, de ideologías encontradas, que con el correr de los años acabaron sus días, tristemente. Solo quedaron de ellos, posiblemente, sus gestos, ademanes y actitudes, en el imaginario de algunas personas. Todo lo demás se fue con el viento. Sus restos, como de todo mortal, descansan bajo tierra. De veras que el hombre, que tiene fortalezas y flaquezas, termina hecho una piltrafa humana, en muchos casos. Así es la vida.
Hemos visto a ex dignatarios de Estado, mayores por supuesto, descansando bajo la sombra de añosos árboles del Prado paceño. Diezmados por la edad y posiblemente por alguna enfermedad. Ellos habían contribuido a la transformación del país y la recuperación de la democracia en el siglo pasado. Habían sufrido, como tantos otros, los desmanes de la dictadura. Pero con temple supieron salir adelante. Sus nombres sonaron mucho dentro y fuera del país. Al final de la vida veían solamente el transitar de la gente, por ese céntrico y concurrido paseo. Muchos de los transeúntes ni advertían la presencia de ellos, y pasaban de largo.
Asimismo, vimos circular a fatigados ex legisladores por la plaza Murillo, rememorando, suponemos, sus momentos de apogeo en el hemiciclo parlamentario o caja de Pandora. Quizá reflexionaban sobre sus sueños frustrados, o tal vez hacían un mea culpa. Hicieron noticia, indudablemente. Pero más allí de mentiras, insultos, acusaciones y pugilatos, no hicieron otras cosas más dignas.
Hemos acudido, en circunstancias angustiosas, ante quienes terminarían sus días doblegados por la dolencia física. Ésta les hizo estragos en cuerpo y alma. Estuvieron devastados anímicamente y no tenían otra opción que emprender el viaje sin retorno. Otrora se imponían en la pulseta política. Eran considerados como los hombres fuertes.
Sentimos mucho, asimismo, que otros hayan finado en casas donde se acoge a las personas mayores, desamparadas. Lideraron masas y fueron titulares de ciertos ministerios. Pero olvidados por sus descendientes y otros familiares, vivieron de favores ajenos. Pasaron a mejor vida, cubiertos por la ingratitud humana.
Poderosos, en su época, creían ser los dueños del país y de sus habitantes. Hacían lo que les venía en gana, en política interna y externa. Amenazaban e intimidaban a sus adversarios. Hablaban fuerte y mandaban enérgicamente. Eran temidos, admirados y repudiados. “Para los amigos todo, para los enemigos hierro”, dirían, quién sabe. Así fueron aquellos servidores públicos que, por azares del destino, llegaron a ocupar cargos jerárquicos, en la administración pública.
Hoy nadie se recuerda de ellos, ni se los menciona. De veras que nada es perdurable, cambia la vida y el contexto político. Y de manera permanente. En consecuencia: se esfuma el Poder para algunos y se agota la vida para otros. “Santo que pasó su fiesta a un rincón”, se dirá de los primeros. La juventud es efímera y la vejez llena de achaques, se recordará a los segundos.
En suma: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”, advirtió el predicador. He ahí algo para pensar…

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