viernes, mayo 3, 2024
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Estética aborigen versus estética occidental

He tenido que titular este artículo con un título por demás llamativo (o provocativo) para captar un mayor número de lectores que el que usualmente tienen mis escritos, escritos que, por lo general, no tienen que ver con la política cotidiana o los chismes.
Hace unos días, en mis redes sociales escribí una crítica a la ministra de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización, informándole, y con el mayor respeto, que Bolivia no había interrumpido sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos de América. Esto, a propósito de una carta que ella firmó y en la que se indica que aquel ministerio no patrocina ni apoya ningún tipo de acto en el que se expresen conductas contrarias a la despatriarcalización y cuyos moldes estéticos ofendan a millones de indígenas originarios campesinos, etc.
Bien. El presente artículo no tiene nada que ver con la crítica a la ministra; la menciono solo como contexto para lo que voy a tratar ahora.
En los comentarios de la mi publicación en redes sociales, escribió el sociólogo boliviano Renzo Abruzzese, refiriéndose a la carta de la ministra: «Es una muestra más del sentido racista y discriminador de este régimen. Resulta ahora que los estándares válidos son sólo los indígenas. Una patraña digna de Mussolini o Hitler, como si Bolivia no fuera un país mestizo y pluriétnico». A lo cual yo respondí: «Exacto. Y más allá de que nos gusten o no estos concursos de belleza en particular, los patrones estéticos occidentales artísticos y humanos (que para el progresismo son patriarcales, opresores, etc., etc.), son también válidos, y, para mi gusto, superiores en muchos sentidos a los vernaculares, aborígenes y nativistas».
Unas horas después había una ola de críticas e invectivas a mi comentario, sazonadas con memes burlescos y denigrantes. Tenga en cuenta el distinguido lector de estas líneas que no me ofendí en absoluto. Al principio me reí, luego me preocupé y más tarde me puse solamente a analizar el porqué de esa actitud. Ya decía B. Spinoza: ni reír, ni llorar, ni maldecir: comprender. Y es que esa reacción en las redes sociales, a primera vista tan sin importancia, delata las mentalidades más profundas de que es víctima la sociedad boliviana y latinoamericana en general. Hice un sondeo de quienes profirieron mofas o injurias, y con desencanto vi que la mayor parte provenía de personas muy jóvenes (20 a 25 años quizá), lo cual no pinta un futuro prometedor para el cambio de mentalidades arraigadas.
El problema, grosso modo, lo apuntó el filósofo argentino-boliviano HCF Mansilla en una conferencia de hace unos meses, en la que dijo: «Bolivia, creo yo, pudiendo equivocarme fácilmente, es un país que penaliza el disenso. A los bolis [sic.] les gusta que todos tengan más o menos las mismas opiniones, los mismos gustos, las mismas preferencias políticas, deportivas, etc.». Este problema (evidenciado ya en las crónicas de Arzáns de Orsúa y Vela, personaje que, dicho sea de paso, y con el alto riesgo de que esto disguste al público, no creo que sea muy valorable literariamente hablando) se remonta a muy antes, al Alto Perú e incluso a los imperios prehispánicos, cuyas prácticas y códigos éticos no contemplaron la tolerancia, el debate intelectual y mucho menos la discrepancia política o religiosa. En realidad, es un problema común de todo ser humano; la diferencia está en que los países más liberales tienen sociedades mucho más proclives a la lectura, la educación y el libro. El problema, dicho lo cual, se afronta con educación y apertura cultural.
El asunto de la estética en sí, lo ratifico: creo que algunos patrones de la literatura, la escultura, la danza y la música son mucho más apreciables en Occidente que en los Andes. Y mientras este aserto no constituya un delito penal, lo seguiré exponiendo. Es más, creo que será el tema de mi tesis en la maestría de Teoría Crítica.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario

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