viernes, abril 26, 2024
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Liderazgo y estilo de gobierno

El título de primer mandatario o presidente es el mismo para todos los que desempeñan esa alta investidura, sin embargo, así como “el hábito no hace al monje”, el título presidencial no basta. Nos referimos al presidente Luis Arce. La opinión pública espera de su máximo conductor una personalidad y un estilo propio de gobernar y un programa coherente. Pues no ternemos ni uno ni otro. Es indispensable en un mandatario cierto carisma y cierto porte de liderazgo. No lucen en el presidente esas cualidades. Es un profesional, un economista, un tecnócrata pero no un estadista. No soñó jamás investir la presidencia de Bolivia. Este personaje no es un líder. El liderazgo o es innato o es resultado de una dedicación sostenida, no exenta de ambición.
Es cierto que los medios de comunicación pueden hacer líderes a fuerza de publicidad. Tal es el caso del ex presidente Evo Morales. Su dirigencia cocalera no hubiera sido suficiente sin el apoyo que le brindó la prensa, aupándolo a donde ambicionaba, tal cual ahora le brinda a Eva Copa, alcaldesa de El Alto. Su género también la ayuda. Así, los medios muchas veces, abren las puertas del infierno.
Los indicados prerrequisitos no acompañan al señor Arce. Él es un producto del “dedazo”. Su jefe Evo Morales lo convirtió en candidato presidencial, intentando seducir el voto de la clase media bajo la aureola de haber mantenido la estabilidad del país durante catorce años. Al mismo tiempo, electoralmente le favoreció el mal manejo administrativo del gobierno transitorio y, sobre todo, la suposición de que con el MAS en el gobierno cesarían los bloqueos y las manifestaciones, extremo persistente como herencia indiscriminada del mismo partido. De todos modos, Arce ostenta a su favor el 55% del electorado.
Viéndose al mando del país y acicateado por la presencia de Evo Morales de retorno al escenario político, no le quedaba otra alternativa que rivalizar hasta donde pudiera con el liderazgo de quien había servido sin pausa. Surgió una especie de celo por el incómodo y poderoso copartícipe de su trono. Actuaría sutilmente a sabiendas de que la política no es ciencia esotérica. Arce carente de una performance política, sin liderazgo innato, no vio otra salida que imitar y repetir el estilo y la metodología política de Evo Morales, pero sin marcado éxito. No todo es imitable. En el trance, el actual mandatario no pierde aniversario o festejo de los movimientos sociales, cuidándose de no dejar de portar obsequios como lo hacía Evo. Por empeño que ponga, la palabra del mandatario no promueve emoción. Este ir y venir resta horas de atención responsable a los asuntos de Estado.
Inicialmente dio una sensación del cambio que de su gobierno esperaba la opinión pública. Promovió el debut de un cuerpo de ministros de gran mayoría tecnocrática y de clase media, a diferencia de las inclinaciones ministeriales evistas por indígenas. Esto cesó apenas Morales puso pie en territorio nacional, temeroso de una llamada de atención. Desde entonces los vacíos presentados en su gabinete son llenados por indígenas. También es ostensible el comportamiento presidencial para no rozarse con quien por A o por B resulta su rival político. Muchos actos lo confirman.
Lo más grave y preocupante no son las formas ni el estilo, sino la actitud omnímoda asumida por el gobierno como materia de fondo. En estos meses se ha retornado a la confrontación que fuera tan cara a Evo Morales, quedando sin ejecución la apertura y reconciliación de los primeros discursos. Se aplica la persecución judicial implacable, mientras la reserva de nuevos perseguidos ha de ser considerable. El MAS sostiene que es el “pueblo” quien exige justicia y vindicta por Senkata y Sacaba. Se duda de investigaciones imparciales y objetivas, del respeto a los derechos humanos, del debido proceso y del cumplimiento de la Constitución. De hecho, todas estas garantías fundamentales son avasalladas. Tampoco hay indicios de “generación de espacios de encuentro” entre bolivianos, acrecentando la polarización.
En este nuevo período prometió y promete encarar la reactivación económica, la lucha contra la Covid 19 y la reforma judicial. Ninguno de estos capítulos se cumple. Se enfatiza sobre la inversión pública, aunque fuera real no basta para remontar la situación económica en franca baja, acrecentando la desocupación. Hay cerrazón hacia la iniciativa privada y ni siquiera se la escucha. Se dan signos de superación del déficit de vacunación que tanto afecta y demerita al país. Por último, la justicia permanece bajo los mismos moldes viciosos trascendidos inclusive más allá del océano. Su reforma, proyecto estrella del gobierno, acusa un fracaso irreversible por falta de voluntad política. El gobierno alzó los brazos que los tiene “atados y bien atados” por la normativa constitucional masista de complicado manejo, concebida para que jueces y tribunales sirvan a los intereses de los detentadores del poder.

El autor es jurista, periodista y escritor.

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