En América Latina uno de los acontecimientos más notables fue la creación de Bolivia como nación soberana e independiente. Ese suceso no fue casual, sino que ha sido producto de una necesidad histórica, que se fue gestando desde tiempos de auge de la sociedad nativa, su lucha intransigente contra la invasión y el coloniaje incaico y la resistencia ante el dominio del imperio español. En efecto, esas etapas duraron varios siglos.
La gestación de la nueva nación fue por demás heroica y producto de grandes episodios en los que las masas populares dieron su sangre por el ideal nacionalista, así como destacados personajes aportaron con sus ideas y bienes para que nuestro territorio sea una nación que no dependa, ni como colonia ni provincia, de países vecinos que codiciaban sus riquezas y el poder de su población. La creación de esa nación costó torrentes de sangre de nuestros antepasados.
Pero resueltas las viejas contradicciones, el nuevo país empezó nuevamente a convertirse en escenario de pugnas por intereses contrarios y antiguos objetivos coloniales que crearon un ambiente de discordias, con la finalidad de apoderarse de las riquezas que habían perdido los grupos sociales despojados del poder, utilizando, además, a las masas populares como caballito de batalla para satisfacer sus nefastas ambiciones.
Desde entonces se produjeron luchas internas entre las fuerzas partidarias de crear de nuevo la Nación y los sectores conservadores que deseaban restaurar el pasado colonial, contradicción fundamental que agita el fondo de la realidad boliviana. Es indudable que, en el trasfondo de ese estado de cosas, existe una causa para retroceder al pasado y volver a sus valores y ambiciones. En ese sentido, hay corrientes de opinión que se oponen a celebrar el bicentenario de la creación de la Nación boliviana, mientras otras levantan la bandera de tiempos heroicos, pidiendo que esa celebración se realice con intensidad, por la magnitud del hecho, de tal forma de recuperar los principios y valores que, alguna vez, hicieron que Bolivia se convierta en potencia continental, reconocida por las demás naciones del mundo.