viernes, abril 19, 2024
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Un mundo desesperado

José Antonio Navia Alanez

 

Vivimos en un siglo paradojal.  La opulencia y la miseria han llegado a extremos no sospechados por nuestros antepasados.

El hombre no azota solamente a los pueblos atrasados: su mano descarnada llama a las puertas de las naciones que más se jactan del progreso que disfrutan.  La palabra crisis está en todas partes.  Al fin de cada día transcurrido hay millones y más millones de personas que no saben de dónde obtendrán su próximo pan.

Los humanos por su afán de dominio de las cosas, se emplean en demoler todo lo que les rodea en el universo.  El hombre del tiempo actual ha estado demasiado habituado a apoyar sus esperanzas sobre los bienes materiales que ofrece nuestra civilización al parecer opulenta.  Esa confianza tan excesiva como jactanciosa puede trocarse de un momento a otro en un estado de grave desesperación, “No vivan, ya según los criterios del tiempo presente, al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que es grato, lo que es perfecto” (Romanos 12.2).  La actual sociedad de consumo da prioridad al poder del dinero, y de las cosas materiales en todas las áreas de la vida.

Estos son los valores dominantes que rigen la vida de millones de personas.  Pero sus frutos son tan malos que crean odio y rivalidades entre ellos, todo esto crea acciones de antivalores, como ser injusticias que cometen contra la gente más desposeída, moral permisiva, corrupción, pragmatismo, individualismo, violencia, falta de compromiso social, etc. Todos estos vicios degradan a la sociedad, como el crimen organizado, la inseguridad, el robo, la drogadicción, que son los peores enemigos de una civilización decadente. Todo esto es el resultado del egoísmo, la maldad sin restricción.

Cuando ellos se amoldan al mundo consumista, ya no logran ver, tampoco se atreven a denunciar los males de su sociedad; tampoco logran reconocer vicios como la contaminación del medio ambiente, sobre explotación de los recursos naturales, deterioro del ambiente humano, destrucción de los recursos naturales. No toman conciencia de que están despojando a las poblaciones que hoy viven de esos recursos naturales. No les importan las necesidades de las generaciones futuras.  Por esos hechos vienen desapareciendo algunas variedades de animales y plantas silvestres, están destruyendo la naturaleza, cuando nuestra obligación es cuidar a la madre tierra, cuidar su ecología, porque es el lugar que habitamos. De continuar nuestra falta de conciencia preventiva, el mundo resultará inhabitable. “El poder del Señor no ha disminuido como para no poder salvar, ni se ha vuelto tan sordo como para no poder oír. Pero las maldades cometidas por ustedes han levantado una barrera entre ustedes y Dios, sus pecados han hecho que él se cubra la cara y que no los quiera oír”. (Isaías 59:1-2).

Uno qué va a hacer, en un mundo que en realidad es espantoso, brutal, donde hay mucha violencia, corrupción, donde importa enormemente el dinero, donde uno está dispuesto a sacrificar a otro para obtener poder, posición, prestigio, fama, donde cada hombre se esfuerza por lograr un cometido, por ser alguien.

“Toda escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien”. (2 Timoteo 3:16-17). En un mundo así, tener moral es sentir piedad por los demás, pues sugiere buenas acciones, pero si el hombre siente piedad y remordimiento, es que su voluntad es libre, hasta para negarse a sí mismo.

Tenemos que crear un mundo nuevo.  No son meras palabras, ni una simple idea. Tenemos que crear un mundo por completo diferente, en el que, como seres humanos, no estemos combatiendo unos contra otros, destruyéndonos mutuamente, donde uno no esté tratando de dominar al otro con sus ideas, con sus conocimientos, donde cada ser humano sea libre en realidad, no en teoría.  Y solo con esta libertad es posible aportar orden al mundo.  Vamos, pues, a desenmarañar, si es que podemos, la red que hemos tejido en torno a nosotros.

Tratemos de vencer todos estos estorbos en nosotros, por el control de pensamientos, palabras, acciones y reacciones al impregnarnos de la Ley moral de Cristo. Hoy el mundo sería otro si los hombres hubiesen tenido el espíritu de la doctrina de Cristo. La moral de Jesucristo es y será la estrella guiadora de los seres que anhelan una existencia de perfección.

 

El autor es Teólogo.

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