martes, mayo 21, 2024
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Sin indígenas no hay reactivación económica

El gobierno actual del país, presidido por el partido político Movimiento al Socialismo, cuyo jefe es el expresidente Evo Morales, tiene en aplicación una política agraria, cuyo contenido se encuentra en la Carta constitucional, leyes, decretos. etc., dictados bajo su orientación ideológica durante los pasados quince años de uso y abuso del poder.
Esa política agraria tiene objetivos económicos y políticos no advertidos por sus autores, pero que a lo largo de su aplicación están dejando una huella indeleble que se manifiesta en tres efectos, por lo menos y que son dignos de ser tomados en cuenta, antes de que sea demasiado tarde.
El primero de ellos es el considerable empobrecimiento de las masas campesinas, en especial comunarios, ex colonos parcelarios, recién dotados, sin tierra, etc., quienes, por causas específicas, han dejado la agricultura, pues la tierra no les da renta y solo producen para su consumo. Y en su desesperación encuentran dos soluciones; migran a las ciudades o al exterior, donde se vuelven proletarios y hasta llegan a ser esclavizados, o bien se dedican al contrabando, de alimentos, repuestos, vehículos y productos ilícitos.
Un segundo aspecto es que muchos migrantes son jóvenes que abandonan el campo definitivamente, se urbanizan, olvidan sus costumbres de trabajar en la agricultura, etc. y no vuelven más al medio rural. Pero, en las ciudades esos jóvenes se convierten en proletarios o bien en trabajadores eventuales y viven entre la miseria y la pobreza, caen en la delincuencia. El objetivo general de la política agraria actual –que rinde culto a la Pachamama, pero que olvida la personalidad del indígena o campesino–, es que debe convertirse en obrero de empresas capitalistas extranjeras, salir a países vecinos para ser proletario, trabajar de sol a sol por salario miserable, sin algún beneficio social. O dedicarse a labores callejeras, o a la mendicidad, sin esperanza alguna de mejora. Se lo ve en pequeños centros artesanales, o haciendo labores denigrantes.
Así, el problema ya no es solo individual, sino masivo, pues casi toda la población indígena que abandona el campo está condenada a la proletarización, en vez de dedicarse a la producción en su tierra, enriquecerse y vivir dignamente.
Al respecto, esa orientación política a que la población indígena del país abandone su tierra con el fin de proletarizarse, se la comprueba con el cambio de estructura de la población del país, que en menos de tres décadas ha pasado del 70 por ciento de campesinos y 30 por ciento de población urbana a 30 por ciento de población rural y 70 por ciento de población urbana, con el agravante de que esa tendencia continúa con la misma tenacidad y sin que se espere ni el menor cambio.
Se debe agregar que en esas condiciones de abandono de la tierra de alrededor de un millón de agricultores o más, está poco menos que asegurada la escasez de los alimentos que antes producía y dejar a las poblaciones urbanas sin ellos.
Pero, aún más, se puede asegurar que sin la presencia de las masas campesinas indígenas, la economía de Bolivia no funciona y lo que queda en actividad tiende a paralizarse y desaparecer. Y como observación piadosa, los planes de imaginación calenturienta de esferas oficiales, de reactivar la economía para salir de la crisis, serán un fracaso monumental. Pero, ¿cómo hacer posible que más de un millón de trabajadores bolivianos vuelvan a sus ayllus y a su economía para participar en la reactivación de la agonizante economía del país? ¡Esa es la cuestión!

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