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Homenaje a Santa Cruz de la Sierra

Un pueblo de ensueño está ubicado en comarcas esplendorosas del verdor esmeraldino, tierras de humos de tan fantástica potencialidad de fertilidad en el corazón de la amazonia, pulmón oxigenante del planeta, tierra bañada por cientos de ríos de aguas dulces, navegables y cuencas fluviales de majestuosa grandeza, como riqueza y vías de infinitas llanuras de integración con pampas que se juntan en lontananza con el cielo bajo un centellante azul que ilumina desde el naciente hasta el poniente.

Este edén es nuestro hogar y residencia, su origen data en su propia historia, que es herencia desde la esotérica y septentrional geografía física desde el caribe hasta la austral amazonia central. Santa Cruz de la Sierra es el marco de una epopeya legendaria y opulenta, cuya densidad de dramatismo y heroísmo ilumina los anales de la historia iberoamericana. No son numerosos los ejemplos de portentosa hazaña de colonizar tanto hacia al norte y noroeste, como al sureste del epicentro de la bella capitanía, fundada por uno de los más insignes capitanes españoles. Pletórico de valor, fortaleza, inteligencia y gallardía, el extremeño Ñuflo de Chávez, el 26 de febrero de 1561, acompañado de una hueste de mil lugareños asunceños, marchó hacia el norte, hacia el misterioso Moxos, que evocó su lar natal, bautizando esa nueva capitanía como Santa Cruz de la Sierra, para ir, en pos de “El Dorado”. Sublime ambición que enardecía a todos y que, dizque, yacía en el innato Paititi, más allá del milenario Moxos amazónico, lo que hoy es el Beni.

La colonización cruceña de Moxos fue un hito histórico de ambición, valor, sacrificio, sangre y culturas. El Beni se cruceñizó en la medida que fueron recobrándose las antiguas misiones jesuíticas y la labor de algunos gobernadores, como relata el escritor cruceño Manuel Limpias Sucedo en una obra imperecedera, “Los Gobernadores de Moxos”. De esas páginas salta la verdad, como sangre de una arteria roja y violenta. También otro magistral cruceño, Juan B. Coímbra, escribió “Siringa”, que además de revelar al escritor como paisajista, retratista, historiador y sociólogo, su libro es la historia del país de la Hevea o goma elástica, cuya explotación dura desde los siglos XVIII y XIX hasta los albores del Siglo XX. Fue mezcla de lujuriante danza de libras esterlinas, fastuosidad, ambición, derroche y poderío con las debilidades humanas, hasta perder el sentido de la realidad.

Y la Hevea o savia elástica trasmutó el dorado fulgor del oro por la negra bolacha de caucho y el mundo conoció el “oro negro”. En ese infernal vozarrón, el calibre de la carabina wínchester dirimía todo litigio, convirtiéndose en juez y verdugo de los hombres. Pero también llegaron hasta esas latitudes los conocimientos de la agricultura, los hidrocarburos, las artes, las tradiciones del abolengo hispánico y criollas, el idioma se impuso y la fe religiosa volvió a brindar paz y esperanza a los hombres.

Los ríos, selvas y pampas sintieron el nuevo soplo de la civilización, después llegó el progreso en alas de la educación y la ganadería brindó otra oportunidad para entrar en el Siglo XX. Santa Cruz despertó por el dulzor de su caña, el perfume de sus jazmines y la cornucopia de sus frutos bajo un cielo azul.

Ahora Santa Cruz debía acometer la colonización hacia el sureste de la región vasta, lo que se conocía como la chiriguania, nombre de una bravía e indómita nación de nómades, oriunda, que no cedería sus tierras ni libertad sin antes pagar el más alto costo de sus vidas y pueblos. Será la última región colonizada por Santa Cruz, antes de completar la integración de la nueva nación erigida el 6 de agosto de 1825, “Bolivia”, apenas con cinco provincias o regiones: La Paz, Cochabamba, Potosí, Chuquisaca y Santa Cruz. La hazaña cruceña determinó que el departamento del Beni consolide su jurisdicción geográfica y también Santa Cruz logró que sus vastos territorios queden con las tierras bravas y ariscas con poca o ninguna riqueza, los guaraníes o chiriguanos habitaban allí.

Desde la última década del Siglo XVII (1692), el jesuita José Arce entró a la chiquitania fundando diez misiones hasta 1745. Después los jesuitas abandonaron estas misiones quedando éstas al cuidado de la orden franciscana, promediando el Siglo XVIII, es decir cumpliendo la orden de expulsión de los padres de la compañía de Jesús, del rey Carlos III y su cédula real 1767. San Javier (1692), San Rafael (1696), San José (1698), San Juan (1699), Concepción (1709), San Miguel (1721), San Ignacio (1748), Santiago (1754), Santa Ana (1755), Santo Corazón la más oriental (1760).

Pero los guaraníes como los chiquitanos bajo el mando del caudillo Arruma se sublevaron, rechazando a los blancos, incendiando y matando a los invasores. Fusionada San Lorenzo y Santa Cruz, habitantes de esta población fueron a establecerse en esas comarcas ya domeñadas por los cruceños, dando lugar al nacimiento de los pueblos de Valle Grande, Comarapa, Samaipata en la región de ruinas preincaicas de “El Fuerte”; como también en Tarija, Gran Chaco, O’connor, Yacuiba y Bermejo.

Es justo hacer una breve síntesis sobre el origen de Santa Cruz, en el tiempo de su fundación, de la obra de Hernando Sanabria Fernández de 1991, sobre la fracción Aruvage conocida como Chané, durante la conquista española, haciendo un tiempo de mil años sobre las comarcas del lugar donde nació Santa Cruz. Restos de arqueología, armas de piedra rodeaban todas las sabanas y restos de actividades de pesca en los ríos Pirai y río Guapay o río Grande y de una autoridad administrativa llamado Grigotá. Hasta que llegaron los españoles, que dominaron totalmente la región, que invadieron y esclavizaron a los Chané, datos de un soldado Martin Sánchez de Alca, cuando apareció una población tribal que eran del grupo que estaban en las serranías Chané y como autoridad tenían a un personaje que se llamaba Grigotá.

Hoy Santa Cruz de la Sierra es la capital económica más progresista, con mayor densidad demográfica, con mayor economía productora, agrícola, ganadera y energética y mayor contribuyente al Tesoro General de la Nación.

Finalmente, la tarde del 24 de septiembre de 1810 llegó a Santa Cruz el capitán Eustaquio Moldes, desde Buenos Aires, con orden de rebelarse con urgencia, destituyendo con el pueblo al gobernador José Toledo Pimentel, para formar un Cabildo y nombrar una Junta Gubernamental formada por el religioso José Salvatierra, el Dr. Seoane y el coronel Antonio Suárez como Comandante de la plaza. Pero duró poco, porque el coronel José Miguel Becerra retomó Santa Cruz como gobernador, por orden del Brigadier José Manuel de Goyeneche, que era suprema autoridad en el Alto Perú. Meses llevaba como gobernador el coronel Ignacio Warnes. Hombre talentoso que encausó las acciones, llamando a los rebeldes criollos “patriotas”.

 

El autor es médico.    

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