miércoles, mayo 8, 2024
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La falacia de la aldea global

El filósofo y sociólogo canadiense Marshall McLuhan, sostenía de manera errónea que a raíz de la hipercomunicación inmediata y viral el ser humano comenzaba a vivir en una especie de “aldea global” en la cual se comenzaban a generar lazos de solidaridad , crecimiento económico y aceptación social. A raíz de los atentados a las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, ya se palpó, indefectiblemente, cómo los medios de comunicación alternativos tejieron redes de comunicación inmediata en torno a dicho suceso, acortando distancias con un solo “click”.
Si bien existe una hípercomunicación –que en muchos casos llega a ser agobiante–, el concepto de “aldea globalizada” no cuadra con una de las características más importantes del ser humano, su identidad y su individualidad. La avalancha comunicacional que emerge de las redes sociales, aun cuando imponga tendencia, no genera cultura, y la cultura es parte esencial de la identidad social. El progresismo ha utilizado, de manera abusiva, la idea de la hiperconectividad y de aldea globalizada para tratar de imponer una sola forma de pensar, de vivir y de educar. Se quiere “estandarizar” el pensamiento para imponer ideologías “seriales” que solo requieren repetición y no racionalización; queda mellada, de esta manera, la individualidad personal y social. Resumiendo, se eliminan culturas y se imponen ideologías.
El ser humano necesita sentirse identificado con su cultura y su idiosincrasia, pues esto le genera el anclaje necesario para conocer sus raíces y a la vez visualizar sus proyecciones para construir su pensamiento, personalidad y también cimentar su Fe. El tratar de estandarizar la cultura, la educación y la economía no es sinónimo de hiperconectividad, es sinónimo de imposición y control. La hípercomunicación no depende de los “aldeanos globales”, depende de unos pocos, los mismos que imponen lo que es “viralizable” y lo que es “aceptable”; ambos parámetros son estandarizados con un alto tinte ideológico progresista. De este modo, la conexión global queda desconectada, por tanto es ilusorio sostener la idea de “aldea global”; en todo caso, la hiperconectividad nos deja un aire denso a panóptico, donde todos pueden llegar a desenvolverse, pero bajo una estricta vigilancia para no salirse de los parámetros señalados. La idea es básica: todo lo diferente que pueda ser vendible es aceptado, y todo aquel que piense y razone, es silenciado.
La hípercomunicación remplaza de esta forma al diálogo. El “yo – tú” y el “yo – ellos” como forma de diálogo enunciado por el filósofo alemán Martín Buber, ya no tiene cabida dentro del concepto de “aldea global”. Ahora prima el “yo – yo” en la comunicación social individual, la cual se basa, íntegramente, en la construcción de una imagen falseada y hedonista del “yo”, relativizando valores y principios, pues la exaltación del “yo” no admite contradicciones ni objeciones. De igual manera, la comunicación del “nosotros – yo”, para llegar a obtener una validación social, impone tendencias ideológicas disfrazadas de “derechos humanos”; mermando así la individualidad, pues al estandarizar pensamientos y principios queda automáticamente excluida la individualidad como manifestación personal y el uso de la razón como manifestación intelectual.
Entonces ¿vivimos realmente en una aldea global? La respuesta es un rotundo no. En todo, el progresismo cultural nos viene imponiendo una especie de panóptico virtual, donde el uso de la razón y la vivencia de principios y valores es condenable y hasta sancionable. Si bien todos podemos llegar a estar conectados mediante redes comunicacionales, no significa que esta conexión sea una comunicación verdadera, pues la imposición no es sinónimo de comunicación.

El autor es Teólogo, Filósofo y Bloguero.

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