viernes, marzo 29, 2024
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Espíritu del Voluntario y de la solidaridad

Como dijo el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar: “Los voluntarios sociales son mensajeros de esperanza que ayudan a las personas y a los pueblos para que éstos se ayuden a sí mismos”, y que arañan unas horas de su tiempo para llevar a los más necesitados de nuestra sociedad ayuda, compañía y afecto.
Ya hemos asumido que el ejercicio exclusivo y principal del desarrollo integral de la persona y de la sociedad no compete en exclusiva ni al Estado ni a los partidos políticos ni a las diversas confesiones religiosas. Es el ser humano con su familia y sus amigos, en su entorno con su cultura y sus opciones libres en conciencia, quienes deben ser los protagonistas de su desarrollo integral. Siempre cabrá la cooperación, pero nunca una imposición que no respete la libertad, la conciencia, la justicia y el derecho fundamental a buscar la felicidad, pues el ser humano ha nacido para ser feliz. Y la felicidad no puede ser impuesta de forma alguna. Si ser feliz, en última instancia, es poder hacer lo que uno quiere, el camino pasa por querer libremente lo que uno hace. Y la felicidad, de cualquier modo que la concibamos, tiende a la proyección de las potencialidades del ser humano en un desarrollo equilibrado de aquellas que lo acerquen lo más posible a la plenitud de su ser como persona.
Solidario, etimológicamente, proviene de solidus, moneda romana de oro, consolidada y no variable. La palabra solidaridad se refiere a una realidad firme y fuerte conseguida mediante el ensamblaje de seres diversos. También de la responsabilidad asumida in solidum con otra persona o grupo. Las personas se unen porque tienen conciencia de ser personas, seres abiertos a los demás porque son seres de encuentro y no meros individuos aislados, como atinadamente precisa López Quintés en sus comentarios al Libro de los valores.
De ahí que la solidaridad va unida con la responsabilidad y ésta depende de la sensibilidad para los valores. Éstos no se imponen, sino que atraen y piden ser realizados. La solidaridad, prosigue nuestro autor, sólo es posible entre personas que en su conciencia sienten la apelación de algo que vale la pena y apuestan por ello. De ahí que la solidaridad implique generosidad, desprendimiento, participación y fortaleza. Cuando nos unimos a otros solidariamente vemos surgir en nuestro interior una energía insospechada y una especial alegría que da origen, genera, modos valiosos de unidad, ámbitos de libertad, de comprensión, de cooperación y de justicia.

El autor es Profesor Emérito UCM.

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