viernes, mayo 3, 2024
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Democracia o monarquía

Hace más de 2 años escribí el artículo titulado ¿Por qué defendemos la democracia? Considero prudente exponer los errores que tal ensayo contiene. El concepto democracia no puede ser soslayado si se desea entender el escenario político de esta época. Se debe inspeccionar evitando mitos y creencias ampliamente propagados y aceptados.

 

1) La democracia no fue adoptada de manera voluntaria

El zeitgeist que ha permeado la vida política desde la Primera Guerra Mundial, hasta ahora, fue en gran parte desplegado por la influencia del modelo democrático. La defenestración de l’acien regime permitió, entre otras cosas, la implementación masiva de una forma diferente para transmitir el poder político. La res publica fue asociada y consolidada bajo la directriz de que el demos (δῆμος) puede construir una mejor sociedad sirviéndose del kratos (Κράτος), sea éste efectivo o no. El contrato social que el individuo sostiene con el Estado, (aunque nunca sea consentido en primer lugar) es legitimado formalmente en cada elección de representantes políticos y demás plebiscitos de un país. Esto trasladado a la realidad toma la siguiente forma. Si gana P, quienes votaron a Q igualmente deben tomar como representante categórico a P. A esta imposición le llaman “el juego democrático”. Este juego ha demostrado ser notablemente perverso, porque los que no están de acuerdo con el régimen de turno llegan a ser perseguidos o simplemente tiranizados silenciosamente. Muestra de esto es que frecuentemente los perdedores están obligados –por ley– a obedecer a quienes ejercen el poder, sea que éstos representen sus valores o no. Es curioso que los “expertos” afirman con total seriedad que cualquier signo de autoritarismo es antidemocrático, cuando la esencia de la democracia es imponer los intereses de la clase gobernante a la clase gobernada, amparándose en la legitimación circunstancial de una mayoría. Para lograr tal objetivo es imprescindible que la corporación mediática y el sistema educativo fabriquen consentimiento. Su propósito está realizado cuando las acciones políticas de los ciudadanos corresponden al comportamiento de un espoleado caballo de carreras.

 

2) Libertad y democracia son antagónicas

Es ampliamente aceptado que la democracia es la libertad política por antonomasia. Aquel concepto que asocia libertad con democracia es el de igualdad (no confundir con imparcialidad). La igualdad exige la necesaria degradación de los individuos y, por tanto, los oprime. Libertad es antónimo de opresión. La democracia legitima la opresión. Ergo, democracia y libertad son antagónicas.

 

3) La democracia no es el mal menor

Uno de los postulados que hizo muy atractivo el modelo democrático, para quienes ambicionan el poder político, es que cualquiera puede llegar a ser presidente. Aunque esto puede parecer algo positivo, porque todos tienen la misma oportunidad, en realidad es algo parecido a afirmar que el individuo A y el individuo B deben darse turnos para cometer fechorías, porque sería injusto que solo uno pueda hacerlo. Es un hecho que para ser un político exitoso se requiere buena presencia, capacidad oratoria, carisma, sociabilidad, etc. Está claro que muchas de estas cualidades no son indispensables para hacer el trabajo de un presidente, pero si para llegar hasta allí. Pero, ¿qué exactamente tiene que hacer un presidente? O formulado de una forma más estimulante, como Felipe Quispe Huanca, el Mallku, alguna vez dijo ¿dónde se estudia para ser presidente? Casi todos los presidentes de Bolivia, desde su fundación, fueron o abogados o estuvieron ligados a la carrera militar. De este patrón histórico se puede inferir rápidamente dos de los pilares del Estado moderno, el manejo monopolístico de la justicia y de la violencia. Esto no quiere decir que el leviatán no tiene poder sobre otras actividades. Prueba de esto son las instituciones estatales y sus siempre crecientes atribuciones. Pero ¿qué tiene que saber un presidente para ejercer de la mejor manera su mandato? Al parecer debe saber un poco de derecho, un poco de asuntos castrenses, un poco de economía, un poco de comunicación, un poco de diplomacia, un poco de medicina, y un muy largo etcétera. Visto de este modo solo un gran filósofo puede ser un buen presidente. Pero un gran filósofo rechazaría el cargo.

Sin embargo, la historia presenta a personajes como Marco Aurelio y Federico el Grande. Ampliamente considerados como grandes líderes en sus respectivas épocas. No por su obra filosófica, sino por sus acciones como gobernantes. De lo anterior sigue: no es indispensable que los gobernantes sean filósofos, pero si su objetivo es la grandeza deben aspirar ser uno.  Ninguno de ellos fue elegido por la población, no obstante, expandieron y aseguraron su territorio, mejoraron la calidad de vida de la población. Conviene detenerse en el sistema político que permitió un Federico el Grande, puesto que es precisamente el que fue suplantado por la democracia. Hay dos diferencias entre ambos sistemas que pueden dar luces sobre cuál es viable para suscitar virtud organizada y por tanto un buen gobernante.

La primera tiene que ver con la relación entre algo propio y algo prestado. Si la alimentación de X depende de su vivero, entonces es normal que lo aproveche en razón de sus hábitos alimenticios. Si come todos los peces hoy, no tendrá para mañana. Por eso, está en sus mejores intereses cuidar y hacer crecer su vivero, con el fin de asegurar su consumo futuro.

Ahora, si X no tiene un vivero propio, pero si puede hacer uso de uno, con la condición de ser un encargado circunstancial, su disposición hacia el bien cambia drásticamente. Deberá explotar tanto como pueda los recursos, puesto que sabe que no podrá acceder a esta oportunidad otra vez, o no tiene certeza al respecto. No importa agotar el vivero porque no sacará provecho en mejorar algo que no es suyo; su momento para aprovechar es ahora y el futuro no interesa.

La segunda diferencia entre democracia y monarquía tiene que ver con la opinión publica de ambos sistemas. Se enseña a la población, desde colegio, que democracia significa autogobierno y también gobierno del pueblo. Ambas definiciones son falsas e incoherentes entre sí. Primero, porque ningún individuo bajo democracia puede afirmar que se gobierna propiamente, es decir, no puede aprobar sus propias leyes y que el Estado las reconozca como válidas; tampoco puede desconocer leyes, decretos, disposiciones, etc., con las que no esté de acuerdo, en suma: bajo ninguna circunstancia uno puede ejercer el autogobierno en democracia. También es ridículo creer, que toda la población se reúne diariamente y da permiso para actuar de tal o cual modo a sus representantes. Lo que sucedía y sucede es que una pequeña clase gobernante es la que en efecto toma las decisiones directrices en un determinado territorio. Y en este punto parece una perogrullada mencionar que creer lo contrario es el gran logro del sistema democrático. La democracia es estas dos mentiras y, por esto, es el instrumento más idóneo para legitimar y alimentar la ilusión de que la gente hace sus leyes y construye su destino político. Entonces cuando sucede la siguiente crisis política “debemos tomar responsabilidad del asunto” y elegir mejor la próxima votación. Elegir mejor es equivalente a proponer elegir “racionalmente”. Esto significa elegir el mal menor. Ambas conclusiones son tan repetidas como soluciones a los problemas políticos, que conviene exponer lo que en realidad quieren expresar.  Tomar responsabilidad por alguna crisis del país es el equivalente a decir: paga los platos rotos de otros, que con anterioridad ya lo hicieron y lo seguirán haciendo. Elegir el mal menor es como ser diabético y estar obligado a beber Coca Cola o Pepsi.

Bajo la monarquía tradicional, la familia real considera al territorio como propio. A la cabeza del rey o reina, se busca que el reino sea fuerte en lo bélico y económico. Si el rey o reina provoca miseria y no puede proteger su territorio, hay por lo menos dos escenarios probables. El primero es magnicidio o exilio, y proclamar a alguien más razonable del linaje. El segundo es provocar directa o indirectamente una conquista de otro Estado al propio. Esto puede lograrse por matrimonio entre nobles de dos reinos o también mediante una toma militar exógena o endógena (coup d’état). En ambos casos lo que se busca es no perder, al menos no totalmente, el reino a causa de la incompetencia del gobernante.  La opinión pública de la realeza es clara, independiente si es favorable o negativa: La responsabilidad, del destino del reino, recae enteramente en la clase gobernante. La oposición al régimen también suele ser férrea. Si hay un incremento de tributos, el pueblo sabe que no es para su propio bien sino para el bien de su majestad.  Queda manifiesto: la monarquía tradicional, y no la democracia republicana, es el sistema político más afín a la libertad y en el cual es factible que surjan y ejerzan buenos gobernantes.

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