domingo, mayo 19, 2024
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El águila herida

Es el título de una obra reciente de Manfredo Kempff Suárez (Editorial Alfaguara, 2004). El autor de hoy es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y tiene en su lista varias otras obras, nacido en Santa Cruz y también destacado columnista de EL DIARIO.
El texto de referencia nos enseña con extraordinaria maestría la forma de vida y comportamiento de los pobladores de Santa Cruz de la Sierra y la de otras poblaciones menores, hasta llegar al departamento del Beni, pueblos que hace unos 70 años eran apenas extensiones de las haciendas ganaderas y agrícolas de esa época y donde las vidas y haciendas de esa época eran formas sencillas de vida en torno a esas actividades, y los desplazamientos humanos, por la naturaleza de las actividades, eran simplemente a caballo o por las vías fluviales naturales.
La primera parte de esta novela se enfoca en la llegada a Santa Cruz de un nuevo sacerdote, de origen alemán, el padre Hans Fischer, quien, sin embargo, daba muestras de saber manejar bien fusiles y revólveres y si alguna vez se presentaba la ocasión, derrotaba fácilmente a los contendores o matones de la ciudad.
La llegada de un sacerdote extranjero no era algo novedoso, ya que las tierras orientales hace 250 años habían sido ocupadas por las misiones jesuitas provenientes de muchos lugares de Europa, para trabajar en las denominadas “reducciones jesuíticas”.
Por las propias tradiciones locales, los europeos “encaminaron a los indios selváticos hacia la música sacra europea y labores como la talla en madera, por ejemplo, donde también demostraron condiciones admirables. Tan germanizadas estaban las misiones jesuíticas en América del Sur, que el padre Fischer pudo ver con asombro, en las ruinosas iglesias de Chiquitos, pintada el águila bicéfala, emblema de los Habsburgo. En las cabeceras de la Amazonia”.
Los dos primeros años fueron muy difíciles para el padre Hans Fischer. Pero después la pasó muy bien, como era muy guapo, esposas, madres e hijas empezaron a aceptar sus invitaciones para concurrir a las “entrevistas de conciencia”, en su dormitorio adjunto al confesionario.
Las mujeres de Santa Cruz gradualmente fueron cayendo en las manos y sexo del padrecito rubio y guapo, quedando muchas de ellas embarazadas, dando lugar a críos blancos.
Hasta que llega el momento de la verdad, cuando uno de los maridos va a enfrentarlo y le dice: ¿se ha acostado usted con mi mujer? Sea hombre por una vez en su vida y dígame la verdad. Le dijo Ascher, mirándolo con ira.
– ¿Qué le hace pensar que un sacerdote como yo se va a acostar con una dama como doña Rosario? ¿Qué le hace pensar a usted que voy a traicionar mis principios? Y si así fuera, ¿por qué traicionar a un amigo y no buscar placer en otros lugares?
– La respuesta: Eso es lo que yo no me explico. Estoy en una situación de vida o muerte, señor Fischer o lo que se llame usted. Mi mujer estuvo aquí en la iglesia a las seis de la mañana y no fue para confesarse. Estuvo aquí, al día siguiente de la invitación que en maldita hora le hice en mi casa, porque allí usted la convocó a venir. – ¿Cómo?, ¿Para qué?
Eso es lo que quiero saber. ¡Y ahora! ¡Mire que yo no me ando con chistes!
– Vino a confesarse, señor Ascher. Eso es todo.
– Ella nunca se ha confesado a las seis de la mañana. Y que era lo que tenía que confesar con tana urgencia. ¡Dígamelo!
– Yo no puedo violar el secreto de la confesión, señor Ascher. Ningún sacerdote puede hacerlo.
– No quiere.
– No puedo
– Pero después de tanto embrollo, no le queda otro remedio al «curita” que huir.
Pero es parte de la historia que seguirá la próxima semana.

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