domingo, mayo 19, 2024
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Desbrozando el asunto del inca y del hijo del Mallku

El 15 de febrero, Carlos Moldiz Castillo publicó un artículo en el diario La Razón, titulado “El honor del salvaje”, en el que refuta las ideas que planteamos Juan José Toro y yo en torno al pasado prehispánico y la propensión al alcohol por parte del actual gobernador de La Paz, Santos Quispe Quispe.
El texto, aunque plagado de reducciones y simplificaciones, es una objeción de tipo intelectual y teórico a mis artículos “Deformando el pasado prehispánico” y “Del Mallku y su hijo”, y, por tanto, merece una respuesta. Como buen liberal que soy, intentaré refutarlo apelando al pensamiento crítico y el raciocinio.
Moldiz dice: “Toro parece estar en la misma línea que Ignacio Vera de Rada, quien, por favor corríjanme si me equivoco, afirmó hace poco que los indios son unos borrachos, al reivindicar las “incisivas” críticas de Alcides Arguedas a la sociedad boliviana en un artículo a propósito del gobernador paceño Santos Quispe, quien sin duda está muy lejos de la figura de su padre”. Yo mismo puedo corregir a Moldiz: en ninguna oración de ese mi artículo —ni de ningún otro— digo —y ni siquiera insinúo— que “los indios son unos borrachos”. Moldiz o no me entendió, o me saca de contexto, o miente. Decir que varios de los últimos gobernadores de La Paz han tenido inclinación a la bebida —y hacer, por tanto, una crítica a la mentalidad y los hábitos de clase política boliviana— no es incurrir en ningún razonamiento de discriminación racial, sino, sencillamente, hacer una constatación de hechos. Primera aclaración.
Segunda. Moldiz asevera que «la reacción de ambos autores [Toro y yo] frente a un atisbo de dignificación indígena es desproporcionada (difícilmente se puede decir que ahora la torta se ha dado la vuelta y que los indígenas son ahora los privilegiados), denigrante y violenta, lo que sugiere que la igualdad no es su verdadera preocupación (ni la verdad, en todo caso), sino la perpetuación de un orden social que establece diferencias entre ciudadanos de primera y de segunda a partir de criterios pigmentocráticos o de abolengo». Falso. Lo que yo hice fue refutar un tuit del vicepresidente Choquehuanca, el cual aseveraba que la miseria boliviana se debe solo a factores foráneos y no intrínsecos. Nunca hablé de privilegios ni de la perpetuación de ningún orden social, y no porque no quiera meterme en el análisis de esos asuntos, sino sencillamente porque los dos mencionados artículos no tenían ese fin.
Tercera. Dice Moldiz, ya al final de su artículo: «Es decir, su preocupación más íntima giraría en torno al concepto de honor (señorial y colonial), de sentirse superior al otro, muy similar al razonamiento de las hordas que quemaron la wiphala bajo el pretexto de que el símbolo les fue impuesto y no representaba a todos los bolivianos, cuando en realidad lo que detestaban era ese acto de reconocimiento, aunque sea formal, de la identidad indígena, no blanca ni mestiza». Yo creo que el hombre es hijo de su proeza. En su prestigio ulterior, no cuentan ni los abolengos ni el color de la tez, sino —y como lo propone la doctrina liberal— solo la nobleza de su espíritu y la obra realizada. Por tanto, decir que Ignacio Vera de Rada siente afecto por los apellidos de ultramar o las diferencias de clase social, es deformar su pensamiento o falsearlo.
El texto de Moldiz no me sorprendió. Textos así son muy comunes en nuestro medio. Con ellos se puede hacer mucha sociología. En los pueblos subdesarrollados (como tristemente es el nuestro), la crítica disidente, la reflexión incisiva, la discrepancia sobre asuntos sensibles, no gustan y hasta exasperan los ánimos. Las personas prefieren el lugar común, la condescendencia con el mal hábito, el convencionalismo cómodo. Es por eso que pensadores como Alcides Arguedas o Gabriel René-Moreno nunca pudieron ser bien vistos en su país. Pero, aunque no guste, el buen escritor, el que no recibe dinero para decir o callar algo y cuyo dictamen es dado siempre y solamente por su consciencia —o, en el caso del creyente, por su espíritu—, debe hacerlo. Ese es su trabajo. Esa es su misión.

El autor es profesor universitario.

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