viernes, mayo 17, 2024
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Inteligencia emocional y Pensamiento crítico Naturaleza e importancia de su relación e interdependencia

Por: Equipo editor

 

La importancia del pensamiento crítico en la educación desde el pensamiento del investigador Matthew Lipman

 

Al enfrentarse por décadas a un sistema de enseñanza cuyo objetivo parecía ser inyectar la mayor cantidad de conocimientos, sin darles una brújula y una razón diferente al deseo de garantizar la entrada de los individuos al mercado laboral, Lipman pone de presente el papel tan irrelevante que cumple el conocimiento en la vida diaria y práctica en una sociedad que debería estar en un proceso de preparación no solo laboral, sino también intelectual y social.

 

¿Cuál es el mejor modo de desarrollar los conocimientos en los aprendices? ¿Qué fin se ha de perseguir con esa labor? ¿Cuál es el camino indicado para la cultivar la razón? Las preguntas que aquí salen a flote son las mismas que muchos filósofos, psicólogos y maestros le han formulado a lo largo de los siglos al sistema educativo, y son también las que le formula Lipman cuando, en los años setentas y ochentas atraviesa su más grande crisis.

 

Desde estas décadas, investigadores cognitivos, diseñadores curriculares y profesores de habilidades cognitivas, entre ellos Matthew Lipman, inician un proceso de investigación acerca de la forma en que se está impartiendo el conocimiento en escuelas y universidades, intentando encontrar la razón por la cual los objetivos educativos fracasan y termina convirtiéndose la educación en la mera transmisión de conocimientos inútiles, lo que se refleja, además, en una sociedad cada vez más desinformada, desorientada, mentalmente acrítica y, por ello, menos democrática.

 

En sus investigaciones, Lipman rescata y resalta la gran importancia de dar un giro a la educación, donde se pase del simple “enseñar para aprender” a una enseñanza que cultive efectivamente el pensamiento; es decir, una enseñanza donde el pensamiento sea su primera y plena finalidad. Ahora bien, esta educación debe apostarle a ir más allá del pensamiento natural, del cual todos venimos dotados, y debe apostarle a una educación para un pensamiento crítico, un pensamiento de calidad, un pensamiento que vuelva sobre sus mismas raíces, que se vuelque y que se piense a sí mismo, dando así el primer y fundamental paso para su mejoramiento, antes de dar un salto directo sobre sus contenidos.

 

Desde aquí, este pensador lanza su propuesta de la “formación del pensamiento crítico”, dándole a la filosofía la responsabilidad de la investigación y el desarrollo de la capacidad de razonamiento, y como una respuesta a la necesidad global y social de formar mentes críticas y responsables que aporten en una educación de calidad y en la construcción de una sociedad cualitativamente mejor. Su noción de pensamiento crítico se desarrolla dentro de una filosofía que acude a la investigación intelectual cooperativa y autocorrectiva, heredada del matiz investigativo de la filosofía y la pedagogía de Dewey, y dentro de un claro interés por el perfeccionamiento del razonamiento, de la cual se ocupa también la lógica informal, como base esencial de un nuevo modelo educativo. Tampoco es raro, debido a su investigación y a la influencia recibida, encontrar en la propuesta de Lipman un enfoque claro a la formación de un pensamiento que, al tornarse crítico, requiere obligatoriamente una responsabilidad intelectual, en razón de que, como se nombró anteriormente, en su movimiento de volcarse y pensarse a sí mismo, cuestiona y reflexiona sus contenidos, patrocinando aquella libertad intelectual promulgada años atrás.

 

Por otra parte, tenemos que, en el orden del razonamiento, siempre se ha hecho la conexión entre causas y efectos; medios y fines; relaciones que permiten establecer escalas, peldaños, enlaces que justifican hasta cierto punto el resultado del proceso del razonamiento hecho, en el cual empiezan a surgir los diferentes instrumentos racionales de los que nos valemos los hombres como seres pensantes. A Lipman le preocupa especialmente hasta qué punto la educación actualmente existente promueve mejores hábitos de razonamiento y, sobre todo, cómo puede la filosofía, como elemento central de un currículo que pretende desarrollar el pensamiento crítico, colaborar en dicha tarea.

 

El mundo cambia constantemente, y la historia es testigo de ello. Cambian las necesidades, la manera de abordar las cosas, el modo de conocer el mundo. Ello exige, de parte de quienes se encargan de la educación, y por supuesto de quienes se educan, una flexibilidad y desarrollo intelectual continuo. Los conocimientos tienen que ser renovados constantemente, así como los métodos a través de los cuales llegamos a ellos.

 

El aprendizaje es un proceso complejo, pues no se reduce a la simple asimilación de conocimientos externos, sino que supone el desarrollo de la propia capacidad de juzgar.

 

Junto a esta exigencia de flexibilidad y desarrollo constante, podemos ubicar fácilmente la conocida problemática del abismo existente entre la utilidad de los conocimientos teóricos adquiridos y la vida práctica real. La queja de la falta de conexión entre lo que comúnmente se establece como conocimiento y lo que enfrentan a diario los individuos en su entorno es frecuente y visible; y en el intento de salvar este abismo es donde se hace necesario rescatar la función del pensamiento crítico.

 

El pensamiento crítico es y se configura, entonces, como un pensamiento de naturaleza filosófica, que se interesa por el cultivo y el mejoramiento de razonar de cada individuo, en un proceso donde se rescata la importancia y función del conocimiento en la vida académica y social de cada persona, relacionando íntimamente la forma en que se construye un pensamiento con la forma en que se emiten juicios razonables y se ejecutan acciones sensatas.

 

Empezamos a hablar aquí, entonces, de una filosofía que no se centra tanto en su terminología puramente técnica y sistemática, hablamos de una filosofía que hace hincapié en las discusiones lógicas de ideas e intereses de los individuos, una filosofía que inspira una educación reflexiva, que cultiva en el individuo la capacidad de ser autocorrectivo con su pensamiento y dispuesto siempre a la investigación intelectual cooperativa sobre su propio pensar.

 

En últimas, la apuesta por la formación de un pensamiento crítico es una apuesta por mejorar nuestros modos y hábitos de razonamiento, por desarrollar primeramente aquellas habilidades cognitivas que nos hacen posible pensar de forma ordenada y sistemática, para después ver los resultados en la forma de construir razones, criterios, juzgar y actuar. Según Lipman:

 

Uno de los objetivos básicos del pensamiento crítico es, entonces, el del perfeccionamiento de nuestra capacidad de razonar. Esto, sin embargo, no puede hacerse sin el concurso de la filosofía, pues ella es precisamente la disciplina que puede aportar lo que otras disciplinas no pueden aportar: un especial cuidado a nuestros procesos de razonamiento, de tal manera que podamos evaluar cada uno de nuestros juicios y monitorear nuestros propios procesos mentales. Una educación para el pensamiento crítico es, entonces, desde la perspectiva de Lipman, una educación filosófica.

 

Debemos empezar a indagar a continuación, por lo tanto, qué razones tenemos para respaldar la anterior afirmación. Lipman, en la construcción de la noción de pensamiento crítico, afirma como elemento fundamental, que los productos de nuestros pensamientos son los “juicios”. Pero, ¿a qué se refiere con los juicios y por qué ellos son la clave del pensamiento crítico?

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